ENTREVISTA

JUAN QUINTERO: “ESTOY EN ESA ETAPA DE ACERCARME A LA POESÍA
DESDE UNA MIRADA QUE ME ABRE OTROS UNIVERSOS”

Si fuera un modelo para armar, algunas de sus partes serían una voz comparable a la de Caetano, pero con un fraseo tucumano de zamba y vidala, más esa criolla que rasguea íntima. Hermano musical de Edgardo Cardozo y Luis Pescetti, es faro de una nueva generación de folkloristas independientes, pero lo único que le importa es compartir la música.

POR: GABRIEL PLAZA

En su casa se cantaba y escuchaba bien. Sus padres, Coco y Marilí, formaban parte del Coro Provincial. En su casa se reunían Pepe Núñez y Juan Falú. Es como decir que se hubieran juntado Spinetta y Charly, pero haciendo zambas, chacareras truncas y vidalas. Juan Quintero nació en la capital tucumana en 1977 y se formó en las guitarreadas –interminables rondas donde el instrumento pasa de mano en mano y se canta algo propio o se recuerdan temas del cancionero popular– en largas noches de bohemia. También estudió música desde los 14 años y se fue a vivir a La Plata, donde egresó del profesorado de Dirección Coral. Allí, cantando, conoció al percusionista Mariano Cantero y al pianista Andrés Beeuwsaert, con los que formó el trío Aca Seca, una agrupación de las más originales, donde se cruzan la música de raíz popular, el jazz y sonidos rioplatenses y también brasileños.

En 2001 conoció a Luna Monti en un encuentro de músicos independientes en Tucumán. Empezaron a cantar juntos en una combi. Se enamoraron. Nació el dúo Juan Quintero-Luna Monti, que revolucionó el formato –algo que no pasaba desde la década del 60 con el Dúo Salteño, que fue apadrinado por el Cuchi Leguizamón– con arreglos vocales que tocaban sensiblemente la fibra de un cancionero de raíz que podía abarcar desde temas de Juan Quintero hasta piezas anónimas del folklore andino, coplas de María Elena Walsh o también obras de autores contemporáneos como Coqui Ortiz.

Quintero y Monti se separaron, como dúo y pareja. Antes, tuvieron a su hija Violeta y grabaron seis discos, más un tributo solar a Raúl Carnota, que los había apadrinado en sus inicios. Juan continúa con Aca Seca y el trío criollo Patio, que formó junto al pianista Andrés Pilar y el percusionista Santiago Segret. En un recorrido por casi dos décadas, su obra y música son como una bandera del buen gusto. Su voz tenue llegó a ser comparada con la de Caetano Veloso cantando bossa, pero que en el fraseo del tucumano se vuelve zamba y vidala. En el pulso de la guitarra criolla aparece la intimidad del sonido de cámara que dibuja el contorno de los paisajes por donde pasó y los hermanos musicales que ganó en el camino, desde Hugo Fattoruso hasta Luis Pescetti.

Juan Quintero es faro de toda una nueva generación de folkloristas independientes, pero no pretende guiar a nadie, solo quiere compartir la música. Durante estos días de pandemia, el cantante –que sigue componiendo y dando clases desde su casa a través de Zoom– recuerda su historia en Tucumán, los orígenes musicales, su vínculo con la poesía, la educación no formal en las guitarreadas y, sobre todo, los encuentros y las canciones que fueron marcando su camino.

—¿Aprovechaste de alguna manera el aislamiento por la pandemia?
—Se puede aprovechar, pero es un momento de desazón, sobre todo para los que trabajamos en el vínculo con la gente. Estamos viendo qué es lo que vamos a hacer después. No quiero encontrarle rápidamente el punto de vista de cierto optimismo a todo esto. Para mí es una cagada. Recién a partir de ahí se puede buscar qué aprender. Estoy estudiando un montón, componiendo y viviendo la misma situación que solemos reflexionar en los talleres de canciones que doy. Allí suelo preguntar: ¿qué harías si nadie te aplaude, va a tu show o te felicita? Ahora estamos en esa situación y pienso qué es lo que haré y lo que no haré. Este aislamiento nos empujó a preguntas más hondas sobre nuestro oficio y nuestra vida.

—¿Te pudiste conectar con la literatura?
—Hasta hace poco sentía que la poesía era algo alejado para mí, pero resulta que ahora, por cuestiones de la vida, tengo una compañera que es editora de libros y me va mostrando desde otro lado la poesía. Entonces está buenísimo porque es un mundo que voy descubriendo de a poco. Aparecen nuevas miradas sobre Manuel Castilla, Juan L. Ortiz, Eliseo Diego, Victor Hugo o hasta poetas clásicos como Góngora, que abren otros horizontes para mí.

—¿Eso fue alimentando nuevos procesos dentro de tu modo de crear?
—Las lecturas van cambiando la mirada sobre uno y también con respecto a los procesos que hacemos como músicos. En otra época, los versos de Cervantes o Góngora los sentíamos medio lejanos, pero resulta que hacían lo mismo que nosotros, copiarse entre ellos con su gran maestría. Había una cosa muy linda ahí, que es un equivalente y lo emparento con los procesos folklóricos que hacemos acá. Todos vamos aprendiendo de los otros, hacemos versiones, generamos cosas muy comunitarias. Eso también me fue moviendo la perilla y cambiando la mirada. Así que estoy en esa etapa de acercarme a la poesía desde una mirada que me abre otros universos, de descubrir alguna gente, de releer.

—¿Hay algunas lecturas en particular que puedas señalar?
—Me encontré con un libro de Horacio Quiroga de la editorial Serapis que se llama La honestidad artística: para una poética del cuento y está bueno para mí. También, un libro de la misma editorial, de Juan L. Ortiz, y uno que se llama Método de composición del poema El cuervo, de Edgar Allan Poe. Además, estoy muy copado con las lecturas del cubano Eliseo Diego, con T. S. Elliot y César Vallejo, que hacen algunas reflexiones con respecto a la creación. Siempre hablan de poesía, pero para mí es tan claro y hermano de los procesos creativos musicales que me sirve. Aparte, es como verse desde otro lugar. Como cuando te alejás y ves en tres dimensiones. Uno suele estar metido solo en dos. Verse reflejado en otro arte me tira pistas sobre lo que hacemos en lo nuestro. Este es un momento de acercamiento con las letras. Está buenísimo.

—Así como al leer ahora a determinados poetas tuviste ciertas revelaciones, en tus comienzos te pasó algo similar. ¿Cuál fue la primera canción que te hizo imaginar que podías ser músico?
Rosario Pastrana, de Pepe Núñez y Juan Falú. Dentro de las canciones que yo solía aprender, esta me tomó varios días sacarla, muchos más aprenderla a tocar y como un año hasta que me dio coraje para cantarla en alguna reunión. Era una versión del disco de 1987 Luz de giro, de Juan Falú. Yo tenía 15 años. Había tratado de arrancar con el chelo y no me enganché. Me parecía que no iba a estudiar música, aunque en mi casa siempre había música. Pero a esta canción le dediqué mucho tiempo para que me diera placer y eso es algo que te marca. Fue mágico que un changuito, con toda la cantidad de distracciones que tiene a esa edad, entrara en ese estado de estar mil horas frente a un grabador y repetir, repetir hasta que le salga el tema. Es un estado que no es el más común. Otros iban a jugar a la pelota. A mí me agarró por ese lado. Encontré una pasión que me absorbió del mundo.

—Decías que la música ya estaba en tu casa y es sabido que Juan Falú, Chivo Valladares o Pepe Núñez solían visitar a tus padres. ¿Ellos son como tu familia musical o tenés otras influencias?
—Hay muchas influencias, pero creo que lo vinculado a la infancia y a la tierra siempre tiene un lugar. Aunque no me gusta establecer jerarquías, hay algo que toca una fibra, así que gente como Juan Falú, Chivo Valladares y Pepe Núñez ocupan ese lugar. También con el tiempo uno va generando paisajes propios. Tengo otros referentes, como Jorge Fandermole, Edgardo Cardozo, Violeta Parra, Mercedes Sosa y la Luna Monti mismo, que aunque es contemporánea, me moldeó también.

—Del dúo con Luna Monti llamaba la atención la química que lograban en vivo.
—A mí me parece que teníamos una referencia muy fuerte de todos los dúos que habían surgido anteriormente en el folklore, pero que a la vez había una dinámica interna del juego. Eso era lo que movía las cosas, el mismo hacer, que nos mantenía absortos en las canciones en vez de en estar buscando una estética. Vos estuviste en el Encuentro de Tucumán donde tocamos juntos por primera vez. Viajamos juntos un tramo de una hora y ahí se armó la cosa. Ella había ido como solista y yo también. Y así, del juego mismo, fue saliendo todo lo que hicimos después.

—Con Luna hicieron conocidos tus temas propios. ¿Cuál fue el primero que te animaste a mostrar?
—La primera-primera canción no la canto porque me da vergüenza, pero la primera oficial sería Alpa Puyo, que hace referencia a algo que sucede en Tafí del Valle cuando las nubes están abajo tuyo de una manera tan compacta que tapan la tierra. Esa canción nació en Tucumán, cuando tenía 18 años, justo antes de venirme a La Plata a estudiar.

—¿Cuánto te transformó irte de tu casa natal y salir de Tucumán?
—Mucho, porque me enteré de tantas cosas. Me transformó saber sobre los litoraleños a través del Coqui Ortiz y el Negro Aguirre. También, encontrar a Omar Moreno Palacios, que era de un mundo pampeano que no conocía de esa manera. Y descubrir a los cuyanos con esa cosa de la amistad, el vino y eso que siempre andan de a muchos para guitarrear. Además, hay otra gente que no aparecería en estadísticas, pero que está en lugares como Jujuy, personas de su casa que me brindaron alguna revelación sobre cómo viven la música y las coplas de una forma cotidiana. Eso te marca y después ya no podés hacer música de la misma manera.

—Tuviste la escuela formal y también la no formal de la guitarreada, que son esas reuniones de músicos anónimos y profesionales, que tiene cierta mística en todo el país…
—Me viene una reflexión sobre la guitarreada. Nosotros le damos un aura ideal por ser una cosa maravillosa y un ritual hermoso, pero es algo que debería suceder en todas las casas, todo el tiempo. Es algo que nos debería pertenecer. Hay algo ahí que me parece importante, que es un grupo de gente bancando una expresión muy propia, donde se ponen en juego la música, la comida y un montón de dinámicas que tienen que ver con el vínculo humano de una manera muy profunda. Es como una reunión de amigos, donde te ponés a charlar y afloran esas cosas con la música como protagonista. La guitarreada es un momento de entrega, es compartir con todos lo que uno es.

 

FOTO: GENTILEZA SERGIO MANES
ILUSTRACIÓN: CECILIA MARTÍNEZ RUPPEL