RESEÑA

HASTA QUE MUERAS, DE RAQUEL ROBLES: EL VIOLENTO OFICIO DE
ESCRIBIR

Una novela que trasciende los límites del lenguaje y encuentra el punto entre la experiencia personal y la imaginación de una forma tan inesperada como conmovedora. Política, literatura, militancia, derrotas, victorias, familia, coyuntura, recuerdos, ficción y una autora que lo muestra todo.

POR: MARIANA ARMELIN

No hay nada mejor que sumergirse en el dolor ajeno para escaparle al propio. Al menos por un rato. Esto hace el protagonista de Hasta que mueras, la última novela de Raquel Robles, que llora su propio duelo mientras escucha el relato de Rita. “Si mi misión es escuchar, ¿cómo se escucha todo esto sin llorar?”, se pregunta.

La quinta novela de la fundadora de H.I.J.O.S. funciona, y qué bien lo hace, a varios niveles. Lo lineal de la historia, que sucede en la época actual, es atrapante de pé a pá, se puede leer de un tirón y llorar a la par del narrador. Mitad escritor, mitad fantasma. A lo Joyce: “un hombre desvanecido por la muerte, la ausencia o cambio de costumbres”. La definición del irlandés le calza como anillo al dedo. Si bien confiesa desconocer cómo actuar frente al llanto de las mujeres, el protagonista, cuyo nombre no se menciona (ni hace falta, ¿un NN?) se pasa medio libro tratando de no lagrimear y la otra mitad llorando a mares.

Este hombre, al que recientemente abandonó una mujer, está en crisis con su oficio y en deuda con su editorial, que le encomienda hacer un libro sobre un caso judicial relacionado con la dictadura. Tiene que escribir la historia de Nadia, presa por haber matado a 36 genocidas y colaboradores que nunca fueron detenidos, pero ella se niega a hablar.

Tenía cinco años cuando vio cómo se ensañaban a patadas con su papá antes de secuestrarlo. Logró escaparse junto a su madre y cuatro niños gracias a la ayuda de José, alguien que se apiada y los esconde en un rancho. Pasaron meses en ese lugar al que llaman “el bosque”. Ya adulta, diseñó el plan de justicia propia, lo ejecutó y se entregó. El escritor entrevista a Nadia en la cárcel, donde es temida y respetada por igual (una especie de Sarah Connor en Terminator 2), y a Rita, la madre, en su casa. La autora hilvana todo esto con las descripciones de las 36 diferentes formas de morir, según los informes de las autopsias en el expediente.

El protagonista narra esta historia en primera persona, develando así sus vaivenes personales ante la investigación, y también los de su vida. Frente al dolor concreto y palpable de quienes sufrieron torturas o vieron morir a sus compañeros, siente culpa. Entonces se pregunta lo que tantos otros: ¿qué hacía él mientras los demás sufrían?

La autora aprovecha las voces de sus personajes para dar diferentes definiciones de derrota, aunque el protagonista de su novela se niega a comprender eso. “Una vez que la entendemos solo queda la muerte”, dice. También pone en boca de él, aunque se refiera a otro libro que el protagonista intenta escribir en paralelo, la siguiente premisa: “Hacer una novela a partir de restricciones, como diría Italo Calvino. Un juego”. Que no es ni más ni menos que lo que Robles misma está haciendo y lo que le da la libertad de citar a una gran cantidad de escritores y escritoras. Así, habla de leer y de escribir leyendo. De libros que recuerdan a otros, los que se iban leyendo a la par, los que se consumían en soledad. En un segundo nivel, quien lea esta novela puede ejercitar su costado lúdico y buscar las conexiones entre esas citas y lo que le sucede al narrador. Otro tipo de juego es el de Nadia a la hora de matar a sus víctimas. Es una asesina que se entrega porque está en contra de la impunidad y eso, a su vez, la libera.

Parece imposible que en medio de tanta tristeza broten el amor y el deseo. Y también es otro juego el de la seducción entre el escritor y Rita, que se palpa desde el principio. ¿Quién no ha cojido y llorado a la vez? Pero más acertado que demostrar que el sexo y el horror se llevan de maravillas, lo que atrapa es que tanto él como ella tienen más de 60 años. Y Robles rompe así, también, con la cultura viejofóbica que esconde a los cuerpos no tan firmes ni turgentes. “Es extraño lo que produce el sexo en las personas. Una memoria y un olvido al mismo tiempo”, reflexiona él.

La autora no es ingenua. Sabe contar los dobleces, las posibles consecuencias que la vengadora no barajó en sus actos, como la fragilidad de su situación política en la cárcel de un sistema judicial y penitenciario que aún no ha sido depurado. Basta con ver las reacciones que despierta hoy en día la reforma judicial tan necesaria.

Robles ganó un Premio Clarín Novela en 2008 por Perder (Alfaguara, 2009) y cuando el gran diario argentino publicó la noticia omitió en su perfil el pequeño gran dato de su militancia. El pasado 1º de agosto, la autora de esta novela declaró en el juicio por la desaparición de sus padres. Junto a su hermano menor fueron testigos del secuestro. Siempre artista, en la audiencia mostró su torso desnudo. De frente, estaban sus preguntas sin respuesta: “¿Dónde está mi mamá?”, “¿Dónde está mi papá?”, y en la espalda, otra más cercana en el tiempo: “¿Dónde está Julio López?” Así, tras un vidrio pandémico, dijo: “Si la justicia tarda no es justicia”. La frase también podría ser de Rita. Pero lo suyo no es la venganza. Activismo, derrotas, victorias, amores y la aceptación del destino conforman el ADN de esta autora y su novela, imposible de soltar.

Hasta que mueras (Factotum ediciones, 2019),
de Raquel Robles. Se consigue en 
físico.

ILUSTRACIÓN: CECILIA MARTÍNEZ RUPPEL
FOTO: MARIANA ARMELIN