ENTREVISTA

GISELA VOLÁ: “CUANDO AGARRO UN LIBRO QUIERO QUE ME PARTA EN MIL PEDAZOS”

Curadora, gestora cultural, docente, periodista documental, parte de la Cooperativa Sub y autora de ensayos fotográficos con ejes sociales contemporáneos que entrelazan misticismo, feminidad y lo lúdico. Mira el mundo de cerca, con perspectiva de género, y lo retrata para contar historias.

POR: MARÍA MIRANDA

Gisela Volá hace relatos a través de sus fotografías. Le gusta la palabra “riesgo” y lo que conlleva. Se toma el tiempo para conocer a quién va a captar para meterse de cuerpo entero en la historia que va a mostrar. Es una narradora visual.

Gilda, la milagrosa; Cabalgata nocturna; Extraño paraíso y Quinceañeras son solo algunos de sus trabajos autorales. Retratar el culto que se le rinde a la santa patrona de la cumbia, mostrar el misticismo terrenal de las brujas, develar el mundo adolescente y exponer el ritual de cumplir quince años. En el trabajo de Volá está presente lo que no se dice, lo que va por debajo de la superficialidad de la imagen.

“Lo que más me atrae son las historias. Desde el hecho narrativo, del relato. Es lo que siempre me inspira. Me gusta meterme. Me gusta la cuestión de la oralidad, escuchar, que me cuenten cosas. Me gusta esa mirada atenta que está involucrada con las personas concretas, con nombres propios. Hay algo ahí en la realidad que traen, en lo que me cuentan. La realidad supera la ficción. Me gusta ir pescando esas historias de la gente”, dice.

—En Gilda, la milagrosa, también hay una puesta en escena. ¿Cómo es el proceso?
—El trabajo de Gilda se lo agradezco al fotoperiodismo, que me enseñó mucho a decidir lo que quería y lo que no, y también a ir al territorio para resolver. Se desprende de una cobertura sobre la doble de Gilda que vive en la Villa 21. Hicimos la nota y me di cuenta de que esa doble, que se llama Silvia Coimbra, no era la doble de nadie, sino que era muy auténtica y tenía su historia. Le pregunté si podía volver a verla y a partir de ahí fueron tres años de trabajo. Me metí en ese mundo, en el misticismo, en el paganismo popular. Me interesó el ritual, lo ceremonial y, lo reconozco, me atrae mucho lo visual y cómo se construye el sentido a partir de las metáforas que se van encontrando en la vida cotidiana. Uno va metaforizando en la vida, eso es lo que más me gusta.

Gilda, la milagrosa


—Es difícil retratar el mundo mágico, algo que también hacés en Cabalgata nocturna sobre la brujería. ¿Cómo lo lográs?
—Busco ese plano místico, pero muy en relación con lo terrenal. Me interesa la profundidad de lo místico cuando no queda en la construcción etérea. Cabalgata nocturna es un trabajo que se relaciona con el curanderismo. El título lo saqué del Canon episcopi que nombraba a las brujas como mujeres que iban cabalgando arriba de animales rumbo a encontrarse con Satanás. En ese relato se endemonia a la mujer sobre las bases de cuestionar la sabiduría que tenían. Me interesó por mi madre, que tiene 85 años y sabe leer y escribir desde los cuatro. Aprendió con su abuela, que era curandera. Después, encontré una residencia para artistas en México, que tenía cierta relación con la brujería y la magia, y me anoté. Quise buscar mujeres como mi bisabuela, que curaba sin cobrar. Me di cuenta de que no era algo periodístico lo que me interesaba, sino la metáfora, trabajar con la noche, los rituales, la luz.

Cabalgata nocturna

—¿Cómo elegís las historias que vas a contar-mostrar?
—Me abro a que aparezca lo que aparezca. Extraño paraíso, por ejemplo, es un ensayo  alrededor de la adolescencia. En Quinceañeras, trabajé sobre el deseo de las mujeres latinoamericanas cuando cumplen esa edad. La identidad de la mujer siempre está muy presente en lo que hago.

—¿Cuánto tiempo te lleva hacer cada ensayo?
—Lo más importante es la cercanía, la intimidad, que para mí son claves para hacer un buen retrato. Y eso lleva tiempo. Una amiga una vez me dijo que a mí me gustaba el riesgo y me encanta esa palabra. Si tengo que viajar kilómetros para una sola foto, lo hago porque me estoy arriesgando por algo que me va a dar una respuesta o me va a revelar algo.

Actualmente, Volá codirige el Laboratorio de investigación y creación visual en Plataforma Educativa Sub. También es docente en EFTI (Centro Internacional de Fotografía y Cine), en Madrid, España; forma parte del Festival de Fotografía MUFF, de Uruguay; y es Mentora del Women Photograph Mentorship Program 2021. Eso no quita que le escape a la inmediatez. Con su obra cuestiona que la fotografía no dispute otros lugares dentro de las diversas áreas del arte.

“Suena trillado, pero salgo a la calle y miro a gente que me llama la atención. Por eso me gusta tanto la fotografía, porque agudiza el canal de observación, capta los gestos y los pequeños modismos. Con la literatura pasa igual, abre historias, y a mí me gustan las historias. La imagen tiene que salir a disputar otros lugares, entrar en la escuela, en la oralidad, en la escritura, en la música. Tiene que relacionarse con otras disciplinas. Creo que el desafío más grande es lo interdisciplinario”, reflexiona.

—¿Por qué creés que no se disputaron esos lugares?
—Ahora podemos entender a la fotografía como parte de cualquier otro lenguaje porque las imágenes generan discurso y construyen sentido. Pero estuvo relacionada durante mucho tiempo a lo técnico. Mucha gente aún piensa que hacer fotos es saber manejar una cámara, pero la cámara es el instrumento. Las imágenes se pueden entender como parte de un discurso. Son ideas. No buscan mostrarnos algo bello, están para hacernos pensar. Se habla de analfabetismo visual por esta rapidez que generan las redes sociales.

—En tu Instagram (@giselavola) hay un trabajo estético en cómo acomodás las fotos. No es azaroso. ¿Cuál es la búsqueda?
—Reconozco esa parte estética que me gusta de lo visual. Siento que, dentro de ese universo, me brinda como una poesía. Me gusta dejarme llevar por lo que la imagen evoca. No por lo que dice, sino por lo que no dice. Así que busco algo en los colores, las emociones y después queda en lo que cada persona de alguna forma interprete, para que se lleve esa imagen a donde quiera. Me gustan las historias abiertas, así que juego desde las redes con eso. No bajar línea, sino abrir.

—¿Qué te gusta leer?
—Mi pareja es muy lector y descanso un poco en eso. Estuvimos leyendo a Claudia Piñeiro. Siempre estamos con libros. También a Gabriela Cabezón Cámara y a Selva Almada. Uno de los últimos que leí fue Por qué volvías cada verano, de Belén López Peiró. Soy un poco intensa; cuando agarro un libro quiero que me parta en mil pedazos.

—¿Qué sentido toma la fotografía en esta nueva normalidad?
—Siento que la fotografía está siendo re importante en la pandemia. Hay cosas que no se pueden decir, pero sí mostrar. Esto sucede porque no tenemos todavía las palabras ni la perspectiva para contar lo que está pasando. Caemos en tres o cuatro versiones, miradas más distópicas o más zen. Pero pienso que las personas empezaron a ser más consumidoras de imágenes, y a producir imágenes. El rol de las fotos ahora es más masivo, pero al mismo tiempo tenemos un problema, que es la falta de tiempo para leerlas. Espero que todo esto suceda con la intención de tener una lectura, que no sea solo un consumo superficial.

FOTOS: GENTILEZA GISELA VOLÁ
ILUSTRACIONES: CHAN TEJEDOR