ENTREVISTA

Foto: autorretrato, gentileza de Ezequiel Zaidenwerg.

EZEQUIEL ZAIDENWERG: “SOMOS UNA RED INTERCONECTADA DE CEREBROS”

De Machito Ponce y Virus a Mirta Rosenberg y Federico García Lorca. Esos son algunos de los elementos que mete en su licuadora este traductor, poeta y arengador de los usos de la palabra. Dice que está harto del modo individualista en que se hace cultura, con la idea de un genio creador detrás. En sus proyectos —que incluyen libros, podcast, redes sociales como Orden de traslado y más— milita lo transversal y que escribir y leer estén al alcance de cualquiera.

POR: MARIANA ARMELIN        

Nada como ganarse una beca en “el gran país del norte”, irse a vivir allá, hacer un posdoctorado en Nueva York y entonces ¡querer prender fuego todo! El supuesto estatus académico y “el sueño americano” también. Eso le pasó a Ezequiel Zaidenwerg, poeta, traductor, nerd del lenguaje y quemador de naves para generar cosas nuevas, entre miles de otras etiquetas que le pueden caber, si aceptara alguna. “Llegué acá, estuve dos años y me di cuenta de que todo era una mierda, humo y espejos, y que tenía que combatirlo. La cultura gringa tiene el lugar que tiene por el lugar geopolítico de Estados Unidos”, dice. Y no es solo un decir.

“Tengo una oferta de renovación de mi posdoctorado, pero no me banco la hipocresía de la academia. No quiero estar más en la educación privada”, cuenta y así muestra, sin proponérselo, cómo se sale de su camino evidente. Zaidenwerg cursó la licenciatura de Letras en la Universidad de Buenos Aires, se especializó en Clásicas, hizo su tesis sobre la historia política del verso libre y en 2012 se fue a Estados Unidos a ponerle el moño internacional a su carrera. Vestido de punta en blanco con su camisa favorita —estampada con aliens y planetas—, ahora toma café en su departamento alquilado en Brooklyn mientras charla, profuso y rico.

Esto no es una entrevista. Esto es una conversación. Zaidenwerg cuestiona, piensa mientras busca el concepto preciso, salta de un tema a otro, se traslada siempre siguiendo su hilo de interés. El lenguaje. “¿Viste esa canción de Virus que dice ‘cuando es con vos siento todo irreal’?, ¿qué mejor definición del deseo que ese momento, no? Cuando la realidad se suspende y todo parece aumentado, cambiado de plano”, reflexiona en un momento. “Eso va al centro del mainstream y queda clavado en el medio del cerebro de la gente. Ojalá yo algún día pudiera dejar una frase en la imaginación, en la consciencia de las personas, tan certera como ‘cuando es con vos siento todo irreal’”, sigue.

Este año cumplió 40 y asegura haberse vuelto más punk desde que tuvo covid en febrero. Le dedica gran parte de su tiempo a su podcast Orden de traslado, una de las patas del proyecto en el que comparte lo que traduce, pero no solo en idioma. Traslada, literalmente, en todo sentido. Desde un trap tango bilingüe hasta poemas de Susana Thénon y Louise Glück, pasando por Juan L. Ortiz, Sor Juana Inés de la Cruz y Marosa di Giorgio o versiones de canciones de Violeta Parra, Morrissey y Luis Fonsi. Él traduce y edita, musicaliza Alejandro Albarrán Polanco y leen la playlist de poemas tanto gente invitada como autoconvocada. 

La génesis de este plan —que además va acompañado de una cuenta en Instagram en donde Victoria Dalla Chiesa diseña y las versiones incluyen ilustraciones, bordados o collages hechas especialmente por “la gente”, como dice— puede haber comenzado en su sitio, donde desde hace 15 años sube regularmente traducciones de poemas del inglés y otras lenguas. La orden de este nuevo traslado pone voces, y también imágenes, a textos de supuesto difícil acceso, para que lleguen fácil. Con un espíritu que reza y profesa que la poesía no es para una elite. Y sucede. En menos de un año se armó una comunidad de más de 12 mil followers de todo el mundo.

Para que esta maquinaria funcione, traduce un poema por día. Es una ocupación que tal vez le permite escapar de esa realidad que detesta. Dice que la forma de relacionarse y de vivir de las personas en Estados Unidos es completamente diferente a sus creencias. Por eso, su entorno en el ojo del huracán capitalista es latinoamericano. Y, embarcado en este gran proyecto, cuenta que descubrió inflexiones del español que desconocía. “Nunca hablé menos inglés que ahora”, ríe.

Foto: gentileza Marcela Joya.

—¿Cómo elegís qué traducir?
—A veces, elijo cosas que me gustan mucho y otras, algunas que me permiten sostener esa gimnasia diaria. Para que me interpele a traducirlo tengo que pensar que es algo que va a interesar y contentar a otras personas. Mi cabeza funciona así: si estoy leyendo un libro de poemas, lo miro, lo hojeo y de pronto algo me atrapa. Es visceral. Llego a un poema y algo me dice que funciona. Y lo traduzco. Lo traduzco porque me pulsa la atención.

—¿Para traducir hace falta adueñarse del texto de la otra persona?
—Sí. Sos autor. Totalmente. Pero no tiene que ver con la propiedad privada. Es verdad que hay inflexiones de estilo, de sintaxis, de ritmo y demás que tienen que ver con una individualidad, pero traducir es también, como decían los brasileños antropófagos, deglutir, digerir para tu cultura.

¿Traducís desde y hacia el inglés?
—Traduzco al castellano por trabajo y al inglés por necesidad o placer. Lo que pasa es que (esto es algo que decía Mirta Rosenberg, que fue mi maestra) hay una intuición de traducir que tiene que ver con conocer más tu lengua que la de origen del texto. Entendés cómo está hecho el poema que vas a traducir, entendés que se puede traducir de muchas maneras distintas en castellano y buscás cuál va bien con ese texto. ¿Por qué traducir a Emily Dickinson en octosílabos y no literal? Y, porque la parte rítmica de un verso de ocho sílabas, que es como un arrullo, hace un contraste con lo ominoso que en general tienen sus poemas. Entonces, nana nananana naná es una cosa como de canción de cuna, que es como decir “bueno, tirate a dormir y viene el coco”. Eso está en el ritmo, no en las palabras. Y es importante lo que vas a hacer con ese ritmo y a qué ritmo nos recuerda. Y en ese caso es el del octosílabo. Hay una serie de decisiones que no tienen que ver con traducir sistemas equivalentes, sino, justamente, con cómo movés un sistema de inequivalencias.

¿Es difícil mantener el otro ritmo, el de un poema por día?
—Últimamente estaba angustiado, no me daba el cuero para hacer el podcast, trabajar, dar clases, la vida. Entonces traduje unos poemas que encontré de Abbas Kiarostami, un cineasta iraní, que me parecen simpáticos. Porque es lo que podía hacer, porque no tenía más fuerzas, pero también porque me parece que está bueno mostrar a alguien que no es poeta escribiendo buena poesía.

¿Cómo surgió Orden de traslado?
—Lo de Instagram es una idea que apareció cuando daba una clase de poesía a estudiantes de cualquier otra cosa. Entiendo que difundir poesía es también una forma de pedagogía. Y algo que aprendí ahí, con personas que querían ser contadores o dentistas, es que la gente es toda inteligente y toda capaz, si vos le tenés paciencia y cariño. Entonces fui madurando ideas que después fueron el manifiesto un poco inaugural de Orden de traslado, que se relacionan con cómo la poesía puede ser una herramienta crítica para leer de manera menos ingenua y más gozosa. No solo poesía, sino cualquier cosa. Textos de todo tipo, pero también a las personas, a la realidad.

En cuanto al podcast, ¿te parece que la poesía nació para ser oral?
—Lo que decía Mirta Rosenberg es lo suficientemente ambiguo y preciso a la vez: “no me parece que haya solo una receta”. A mí me parece, también, que hay para todos los gustos. Por ejemplo, hay poemas que están buenísimos leídos en voz alta. Y otros, como La tirada de dados, de Mallarmé, que es para ser mirado y, ya que estamos, creo que está un poco sobrevaluado.

—¿El freestyle es poesía?
—Sí, es poesía oral improvisada, y es algo más viejo que la escarapela. Pero, ¿cómo haces nuevo otra vez lo viejo? Esa es la gran pregunta del arte. Ca7riel y Paco Amoroso son dos artistas que me gustan mucho. Grandes músicos de trap que se hacen un poco cargo de la circulación de esta especie de español neutro, falso caribeño, que viene de la industria discográfica estadounidense. Es como una especie de lengua franca de los subalternos, que es como un spanglish bizarro. En Argentina es algo que ya hacía un artista muy importante que llegó 25 o 30 años temprano a la fiesta y la gente pensó que era una broma, que es Machito Ponce. El tipo hizo lo que tanta gente está haciendo ahora cuando nadie se imaginaba que eso era posible y armó ese personaje de una especie de punk caribeño. Pero se llama Gustavo Radaelli, es de izquierda, una persona fascinada por la política y la palabra. Hizo un producto para sobrevivir en el menemismo, de muy buena calidad, y la gente progre no lo entendió. Es de una agilidad verbal muy grande. Ese arte me interesa mucho. El popular.

En esa búsqueda, Zaidenwerg publicó, entre otros, los libros de poemas Doxa y La lírica está muerta (Vox, 2007 y 2011), además de Bichos: Sonetos y comentarios, en colaboración con Mirta Rosenberg (Bajo la luna, 2017). En 2018, hizo otra cosa, el inclasificable 50 estados: 13 poetas contemporáneos de Estados Unidos (Bajo la luna), un trabajo que le llevó una década y no termina de encajar en lo real ni lo ficcional, poesía o narrativa, es un juego, con la idea de los heterónimos, la traducción, la copia, lo falso, lo apócrifo.


—Te gusta sacar fotos, retratos y autorretratos. ¿Hay ahí un paralelo con la traducción?
—Por supuesto, es como traducir a una persona. Yo te miro, pero además de mostrarte a vos muestro la huella de mi ojo. La foto es el encuentro entre dos miradas. Me gusta, cuando hago retratos, que esas personas se sientan bien miradas, cómodas, contentas. Pero a la vez me gusta que la imagen tenga su punctum, algo que punza, que desvía un poco la atención. Es lo mismo que con un poema. No hago diferencias entre fotografía y poesía. Es la misma forma de trabajar con la atención, con la percepción.

—¿Primero fuiste poeta y después traductor?
—Claro, pero no hay diferencia. La diferencia es institucional o social. En el sentido de esa necesidad de responder “¿qué rótulo le ponemos a esta persona?”. Traductor. ¿Por qué? Porque traduce mucho y lo que traduce es más visible que lo que escribe.

—¿Cómo te diste cuenta de que querías ser escritor?
—Nunca tuve dudas. Empecé de muy chico, a los cinco o seis años, a escribir cuentos. Después seguí y seguí hasta que un profe de la secundaria trajo un poema de Lorca, Oficina y denuncia, que está en Un poeta en Nueva York, y quedé loco. Dije acá hay una posibilidad de hacer cosas con palabras que no está en la narrativa, o que al menos no está tan disponible. Y empecé a leer poesía. Después terminé viviendo en Nueva York, es irónico, ¿no? Y dejé de fantasear con la narrativa.

—Pero en 50 estados hay un montón de narrativa.
—Sí, bueno, yo no creo en la diferencia entre los géneros. En general me interesa la literatura que mueve la lengua común, que hace cosas con palabras. Un libro que me voló la cabeza es Gran Sertón: Veredas, de João Guimarães Rosa. Es de 1956. También Eisejuaz, de Sara Gallardo, de 1971. Son textos que hacen intervenciones sobre la lengua, y eso me gusta mucho.

—Hay algo en común con el teatro en esto que vos hacés. Al menos, en Orden de traslado y en 50 estados. ¿Incursionaste en la dramaturgia o en la dirección de actores?
—Yo creo que 50 estados y Orden de traslado son sobre todo experimentos. No con dirección de actores, pero sí con trabajo de no actores, en el sentido de lo que hacía Leonardo Favio. No me quiero comparar con él, pero ¿cómo hizo para que Monzón actúe, y tan bien, en Soñar soñar?

—Es algo que logra un buen director.
—Lo pienso más como una producción descentralizada. Lo que me interesa comunicar es que la salida es colectiva. Hay que dejar de tomar la figura del director, o el cerebro detrás, y entender que somos una red interconectada de cerebros.

—¿De dónde viene esa concepción?
—Estoy harto de la forma en la que se hace cultura, con la idea del genio creador. La lengua es de todes, la literatura es de todes. La cultura tiene que ser pública. Una cultura regida por la ley de la oferta y la demanda es una cultura que morirá, porque excluye. La cultura debería ser pública y gratuita, y con renta básica y universal. El modelo que tenemos, en el que todo el mundo la pasa mal, no funciona, porque empuja a prácticas que son insostenibles. Yo no creo que un editor independiente no pague regalías porque es malvado. Lo hace para comer, porque no puede pagarlas. Por eso, toda la experiencia que tengo como traductor la estoy tratando de usar para militar una forma de hacer cultura menos individualista.

¿Cómo sería?
—Quiero hacer, con un grupo de personas, una cooperativa de escritoras y escritores de América Latina, que sea una editorial que publique creative commons. Es decir, en pdf gratis. Y que autoras y autores den conferencias de maestría, por Zoom. Imaginate gente talentosa de muchos países de habla hispana, que tienen distintas relaciones con la lengua y con la disciplina de la palabra, dando clases gratuitas. Además puede haber un programa con admisiones, para hacer una selección de nuevas voces y publicar a alguna de esa gente que asista, y hacerla parte de la cooperativa. Y así, ir armando una organización más horizontal. Para que la obra de arte sea parte del dominio público. ¿Cómo hacés para que la gente tenga acceso a los libros y que las personas que los producimos no nos sintamos resentidos con las editoriales que no pueden pagarnos o con los lectores que necesitan piratear? Hay que generar redes en donde las cosas circulen y sea de una manera más beneficiosa. Para quienes consumen y también para quienes producen.

ILUSTRACIONES: FIDEL OTAÑO EZCURRA