CAPRICHO

LIBRERÍAS REPLETAS DE HISTORIAS (DE LOS LIBROS Y DE CADA DÍA)

¿Qué cuentan las personas que conocen más relatos? Usados, novedades, colecciones especializadas en alguna temática, estanterías llenas de palabras que cobran sentido cuando llegan a las manos de quien las lea y alguien, una persona, en medio de todo eso, haciendo match entre clientes y ejemplares. Un poco más allá del “qué leer ahora”, libreros y libreras narran lo que pasa en sus mundos de libros.

POR: E. LOGIAN

El autor francés Baptiste-Marrey fue aprendiz de tipógrafo, maquetador en diversas editoriales y trabajó en el campo de la cultura, como promotor y facilitador, desde distintos ámbitos públicos y privados. Este hombre, que conocía la industria del libro por dentro y por fuera, desde todos sus ángulos, dijo: “un librero es alguien que trabaja doce horas al día, lee por la noche y nunca se enriquece”.

No era negocio entonces, en el siglo XX, y menos ahora. Sin embargo, más allá de las grandes cadenas, la piratería, la pandemia y la caída del mercado económico mundial, las librerías —esas de barrio, las conducidas por personas que saben qué ofrecen— subsisten. Son esenciales —literalmente desde el inicio de la cuarentena— en muchos sentidos. ¿Quién elige y por qué dedicarse a eso? Una diversidad de seres extraños, sin duda, que tienen en común la pasión de contagiar lecturas.

Hernán Lucas está al frente de Aquilea (uno de los mejores nombres ever), que se especializa en usados, compra bibliotecas seleccionadas, vende una curaduría accesible y amplia de rarezas y esos que busca todo el mundo. Cecilia Fanti es escritora y además lleva adelante Céspedes, que comenzó en un pequeño local chic y ahora es una tienda bastante enorme en la que se pueden encontrar —preciosamente dispuestas— editoriales grandes y pequeñas. Nurit Kasztelan es poeta, editora y (sí, ella es) Mi casa, pionera desde 2009 en el modelo del circuito de librerías a puertas cerradas, un espacio en (vale la redundancia) su casa con los libros de poesía y narrativa que elige, tiene y recomienda con amor y obsesión metódica. Damián Cabeza es uno de quienes llevan adelante La Libre, una de las primeras —en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires— cooperativas de libros y cultura, vinculada con el mundo de la edición independiente y alternativa. Jacqueline Golbert es una de las tres amigas artistas que llevan adelante La Sede (con filiales en Villa Crespo y Bariloche), que ofrece un catálogo curado de libros de arte, ensayo, teatro, literatura de editoriales independientes argentinas y extranjeras. Y Leticia Pogoriles, periodista, editora, viajera y exploradora de mundos, recientemente creó la librería secreta Un día en Venus, especializada en astrologías, filosofías, esoterismo, tarot, psi, feminismos, herboristería y narrativa seleccionada.

Acá está, este es, mi séptimo capricho de una serie. Esta vez, son seis libreras y libreros de la Ciudad de Buenos Aires, pero vamos a hacer una sección dentro de esta sección que vaya haciendo federal el seleccionado de librerías. Prometo.

MADRES CON VIDA SECRETA, BIBLIAS Y EL RASTREO DE UN ORIGEN

POR: HERNÁN LUCAS

Con el neuropsiquiátrico que está al lado y el sex shop que está enfrente mi librería forma un triángulo, como el de las Bermudas, pero con la diferencia de que en este, en vez de desaparecer aviones, aparecen fotos de mi madre. Así es. En unos libros que le compré a un economista que mudaba su estudio encontré fotos en donde aparecía ella. Estaban dentro de una revista Sur, que abrí cuando llegué a mi librería. En una de las fotos aparecía con el economista y una mujer; en la otra, solo con la mujer. Estaban sentados detrás de unas mesitas de metal que parecían las de una boîte; casi no posaban, y se les notaba un brillito medio salvaje en los ojos. ¿Ya sería mi madre en esas fotos? Por suerte todavía tenía el papelito con el teléfono del economista y lo llamé para contarle el hallazgo. Me preguntó cómo se llamaba mi madre, y enseguida se acordó de ella y de las fotos. Se sorprendió mucho y, si bien me pidió que se las tenga, que las iba a pasar a buscar, no vino nunca. En cambio, mi madre, a la que llamé después de cortar con el economista, pasó esa misma tarde (yo no estaba) y se las llevó.

*

Compré una “biblia luterana”, como le decía la mujer que me la vendió, y con la cual regateé desde enero hasta marzo. En el medio, me vendió otros libros, bajo un calor tremendo, pero la biblia fue mía recién en marzo. No soy un entendido en biblias antiguas, pero mi intuición de comerciante me llevó a pagar por ese libro lo que habitualmente pago por cien. Durante un tiempo, la tuve en el depósito, mostrándosela a los amigos y a los habitués. Cuando finalmente decidí ponerle precio no supe con qué criterio hacerlo: esa herramienta intuitiva que se forma entre mi antebrazo, mi mano y el lápiz se quedó muda ante el libraco. Había un año, consignado al final de la página, 1600, pero no parecía ser el año de edición. La mujer que me lo vendió sugería que podía ser una primera edición de la Biblia traducida por Lutero. (Al parecer, la bomba de Lutero fue traducir la Biblia a un idioma que hablara el pueblo, el alemán, sacarla del latín, al menos eso fue lo que estudié en tren de ponerle precio.) Pero no había caso, en internet no encontraba nada sobre ese ejemplar. Entonces, decidí llevárselo a los anticuarios Bullrich-Wernike para que lo tomaran como pieza de remate, y de paso, por fin, enterarme del año y del precio. Cuando llegué me atendió un viejito minúsculo, Bullrich, al que se le cayó el libro al piso apenas se lo di. En el accidente, alguna página se salió, o algo se rompió, no me acuerdo bien; me asusté, y me parece que él también. Siempre me quedó la duda de si su rechazo del libro como pieza de remate no habrá sido para sacarse de encima el accidente. Sin embargo, me fui de ahí, al menos, sabiendo de qué año aproximadamente era el libro: 1730. Bullrich lo averiguó rastreando el nombre del grabador, grabado al pie de los grabados, Andreas Nunzer, según los años entre los que este vivió. Volví a mi librería con la biblia en una bolsa, tratándola con un poco menos de cuidado que a la ida. Pese al nuevo dato, no pude encontrar ninguna referencia para establecer un precio. Por ahora, decidí que no tuviera ninguno. Mi empleado construyó una plataforma con maderas y tanzas para exhibirla abierta. Como está justo enfrente de un gran ventilador de pared, en verano tuvimos que sacarla para que el viento no la deshojara.

LO MÁS MARAVILLOSO QUE ME PASA EN LA LIBRERÍA ES TENER UNA LIBRERÍA

POR: CECILIA FANTI

Estar al frente de una librería es estar al frente de un comercio. Y decir que les comerciantes atendemos un negocio es una obviedad. Decir que une librere es comerciante es algo más bien raro o no tan escuchado. En cualquier caso, atender es sinónimo, también, de esperar. Les comerciantes esperamos a les clientes, como si miráramos al futuro y tratáramos de adivinarlo. Esperar y atender requieren, también, de un acto de presencia. Atender un negocio es una actividad analógica y, por lo tanto, una forma de presencia fuertísima. Les comerciantes esperamos detrás del mostrador o entre las estanterías mientras les indecises o desinteresades nos espían desde la vereda y observan fugazmente nuestra actividad o saludan con la mano o señalan una rareza o siguen camino. 

Atender un negocio puede ser, también, una de las formas más acabadas de la rutina. Cada día despierto, desayuno, salgo a trabajar y llego a la puerta de la librería un rato antes de su apertura para repetir, cada vez, las mismas acciones. Busco las llaves en el bolso, abro la puerta mientras me repito que no tengo que olvidarme de cerrarla —porque ninguna puerta debe abrirse a les invitades hasta que todo esté listo—; prendo las luces, dejo el abrigo y el bolso, enciendo las computadoras, reviso las bibliotecas, acaricio el mostrador y desempolvo con franela o plumero las superficies que, en apenas una noche, fueron cubiertas por una capa finísima de polvo o de hollín; levanto a los suicidados nocturnos, curiosamente siempre un policial o ensayo oscuro. (A veces el caído es un libro infantil y, cuando lo levanto, le hago algunas preguntas, miro esa esquina mocha y la enderezo como quien pone un vendaje o una compresa de agua fría). Casi nunca pregunto por qué.

La cortina, telón de acero, sube con algo de pereza aguda. El motor tapa cualquier otro ruido y la necesidad de evadirme de ese sonido quejoso e insoportable me ayuda a decidir qué música va a acompañarme en la apertura: un folklore, algo de jazz o rock; en general, clásicos aunque algunas veces la novedad se cuela, insolente, y se hace un lugar entre los favoritos. Entonces la librería-cofre deviene en caja musical, guardiana de sus propios tesoros, tantos como títulos de libros hay disponibles. Les libreres y luego les clientes somos bailarines que, en el tiempo hoy regulado por el protocolo, recorremos ese espacio, juntes, interrumpiendo lecturas para establecer la conversación, acercar un recomendado, escuchar anécdotas y compartir experiencias.

A veces me pongo a pensar en este rol, en esta rutina cada día distinta, en estos días que se marcan, se escapan, pero nunca se superponen. En la permanencia de la frase non nova sed nove: no cosas nuevas, sino de una manera diferente. En definitiva, la literatura; la vida como lectores, la vida entre libros. No importan las cosas nuevas, sino la manera en que esas cosas se vuelven novedosas y entonces únicas, irrepetibles. Tener una librería es hacer de cada día un atentado contra la rutina, una búsqueda del tesoro, una coreografía improvisada, una alianza con otre a quien quizás no vea nunca más aunque lo desee.

Ser librera es una manera de jamás dejar de sorprenderme. De no temerle nunca más a la rutina laboral.

RECUERDOS DESMEMORIADOS: AUTORES ADMIRADOS Y GENEROSIDADES RANDOM

POR: NURIT KASZTELAN

Si me piden que cuente alguna anécdota divertida con un cliente que haya venido a la librería y empiezo a revisar para atrás, no encuentro. ¿Habrá pasado y ahora no me acuerdo? Es probable. Pero, ¿por qué recordamos unas cosas y no otras?, ¿cómo se construye nuestra memoria?, ¿el recuerdo es un capricho, o forma parte del azar?

Lo que inmediatamente se me viene a la cabeza son libros de anécdotas como Librerías, de Jorge Carrión, y Aquilea. Crónicas de una librería, de Hernán Lucas.

Tal vez lo que sí me pasó es que este trabajo me permitió conocer a un montón de gente que admiro, algo que tal vez de otro modo no hubiera sido posible. Terminé haciéndome amiga de Ariel Farace, por ejemplo, y el vínculo se estableció porque me traía el catálogo de Libros Drama; o en una cena íntima con Lorrie Moore, porque Anna Moschovakis, de Ugly Duckling Presse, una editorial con sede en Brooklyn con la que trabajo, me invitó después de conocer la librería.

O cosas de una generosidad increíble. Una vez Noemí, una señora que ni siquiera era cliente, me escribió por Facebook para decirme que quería contribuir con el proyecto y donó dos cajas llenas de libros usados con varias joyas increíbles.

ROMANTIZATOC DE UN LIBRERO EN SU LIBRERÍA

POR: DAMIÁN CABEZA

Cada vez que me voy de La Libre, o sea, cada vez que cierro, chequeo varias veces que todo esté bien cerrado, que los rieles de las cuatro persianas se inserten correctamente en sus respectivos herrajes, que la cortina metálica de cinco metros esté en el nivel justo —al ras del suelo, ni un centímetro por arriba, ni un centímetro por debajo, sin pliegues en su estructura—. Sacudo las cinco puertas ya cerradas para confirmar que sigan así y para que yo me pueda ir tranquilo a mi casa.

Mientras hago todo esto pienso que no está bien revisar mil veces lo que ya está cerrado, y mientras tanteo herrajes o cerraduras me distraigo con un libro que veo sobre una de las mesas o bibliotecas y que no tuve tiempo de mirar durante la jornada laboral. Cuando dejo el libro otra vez en su lugar, vuelvo a revisar todo de nuevo, las persianas, la cortina, las puertas… 

Una vez le conté este modus operandi repetitivo a una colega, en busca de ayuda a este problema que me desespera, y ella me contó que un día se tuvo que bajar del colectivo porque no estaba segura de haber cerrado su librería y volvió para comprobar lo que ya sabía: la puerta estaba correctamente cerrada. Sentí un alivio tremendo al saber que no estaba solo en este problema y nos entendimos como dos alcohólicos anónimos ya conocidos. 

Ese día, llegamos a la conclusión de que no tenemos ganas de irnos de la librería, que en este espacio lleno de libros estamos bien, ahí está todo lo que queremos y necesitamos saber. Pero cuando nos tenemos que ir apuradxs, ¿por qué hacemos todo el ritual de revisado de herrajes, cerraduras y etcétera?

¿Será que la librería tampoco quiere que nos vayamos?



LO INESPERADO, LO RARO, LO ATERRADOR ES LO QUE ARMA LA LISTA DE COSAS HERMOSAS

POR: JACQUELINE GOLBERT

Una lista de cosas que me pasaron:

-Tener que salir de la librería para que entren lxs clientes por lo chica que es la librería. 

-Que llueva adentro y se corte la luz al mismo tiempo. 

-Las campanadas de la iglesia de enfrente, que se inmiscuyen en todos los audios que mandamos y tapan las conversaciones que tenemos. 

-Tener sexo en la librería, con la puerta abierta.

-Mi bicicleta colgando de un gancho del techo. 

-Un vecino del consorcio que nos odia y me dijo que compre una cortina que tape bien el interior porque no estaría bueno que “alguien” rompiera la puerta de una piña.

-Venderle diez libros a una sola persona. 

-Recitarle un poema a los gritos a alguien para que compre un libro. 

-Convencer a una clienta para que adopte a un caniche que se encontró en la puerta de la librería. 

-Intercambiar mensajes con escritorxs que admiro, por ser librera. 

-Que las distribuidoras me manden libros de regalo, por ser librera, y sentirme VIP.

-Quedarme dormida sobre el escritorio. 

-No llegar a abrir la cerradura de arriba de la puerta y esperar a que pase alguna persona muy alta para pedirle que me ayude.

-Tomar cuatro cafés por día para sobrevivir.

-Leer menos de lo que me gustaría, porque cambiar precios me lleva mucho tiempo.

-Leer menos de lo que me gustaría, porque con tantos libros me pongo ansiosa y leo un poquito de cada uno.

-Tener la librería de mis sueños con dos amigas.

UN SECRETO QUE SE PUEDE CONTAR

POR: LETICIA POGORILES

Un día en Venus es mucho y todo, y a veces, nada y poco (dependiendo del momento del mes). Abrí sus puertas en plena pandemia, buscando que sea un espacio de nicho: astrologías, feminismos, tarot, pensamiento y con una selección de narrativa, siempre alrededor de esos multiversos. Solo a una persona uraniana con alto componente escorpiano se le ocurriría abrir un negocio cuando nadie podía salir. Pero me sigo sorprendiendo de lo que puede hacer un libro. Con un dinero ahorrado (luego de una indemnización post despido), algo de ayuda, mucha creatividad, inconsciencia y la convicción de agotar un deseo que acaricié por años, materialicé una librería secreta de puertas cerradas, abierta al público. 

Lo más hermoso que le pasó a esta librería, sin intención de demagogias, son lxs lectorxs que vienen, que se conectan. Se abrió una red de gente increíble, sorora, brujxs mágicxs, pero concretas, de acción, feministas, cero caretas, cero postura. Mi mayor logro es haber hecho esa conexión en tan poco tiempo. Hola, Urano.

Ejemplo de eso fue que un día que la astróloga y novelista Mercedes Dellatorre, que se editó su propio libro, vino. Me dejó su material exquisito. Volvimos a hablar y ya estamos craneando juntas y muy tranquilas un proyecto editorial, feminista, astrológico y profundo. Veremos el alcance de esa semilla venusina. Por ahora, sigo llenando excels, haciendo lo que puedo en redes, leyendo menos que antes y abriendo un vino los viernes, los días de Venus, apenas despunta la primera estrella. 

CRÉDITOS, MAPA, PARATEXTOS:

* Los dos textos de Hernán Lucas son de Aquilea. Crónica de una librería (Bajo la luna, 2013). Librería Aquilea queda en el centro porteño, Avenida Corrientes 2008, CABA.        

* El texto de Cecilia Fanti fue escrito especialmente para DSE y su foto, gentileza de Lara Sartor. Céspedes Libros queda en Avenida Álvarez Thomas 853, Colegiales, CABA.

* El texto de Nurit Kasztelan fue escrito especialmente para DSE y su foto, gentileza de Alejandra Bonaccini. Librería Mi Casa queda en el barrio porteño de Villa Crespo, CABA, la atención es personalizada y por turnos, con cita previa libreriamicasa.com.ar

* El texto de Damián Cabeza fue escrito especialmente para DSE. La Libre queda en Chacabuco 917, San Telmo, CABA.

* El texto de Jacqueline Golbert fue escrito especialmente para DSE. La Sede —que mide siete metros cuadrados— queda en Gurruchaga 1041, Villa Crespo, CABA, los miércoles, viernes y sábados. En Bariloche, por teléfono al 011 6586 1680. Y siempre online en librerialasede.com

* El texto de Leticia Pogoriles fue escrito especialmente para DSE. Un día en Venus queda en avenida Scalabrini Ortiz 728, timbre “Librería”, Villa Crespo, CABA.

ILUSTRACIONES: MAIA DEBOWICZ

MUCHAS GRACIAS A LAS LIBRERAS Y LOS LIBREROS QUE NOS COMPARTIERON ESTAS HERMOSAS TRASTIENDAS. Y UN CHIN CHIN ESPECIAL A DANIELA PASIK Y MARIANA ARMELÍN POR LA PRODUCCIÓN.