BITÁCORA

SUPERADA EN EL CORAZÓN Y OTRAS VISCERAS

Escribo estas líneas con Tita, la gata de mi madre, maugritándome en demanda de atención. Así que me detengo y se la doy, porque todo lo que quiere es cariño y siento, quiero creer, que el amor de mi mamá está en ese cuerpo rechoncho y peludo. Es casi de peluche, blanca con manchas rubias, pero late y palpita. Tiene porte de reina. Su gesto habitual es como de estar juzgándote. La veo y puedo vislumbrar un futuro en el que recupero mis ganas de divertirme y hago memes con su foto. Ahora vive conmigo, porque su humana murió. Yo soy la que necesita el abrazo, el contacto amoroso, pero ella lo expresa y reclama.

La mudanza no fue fácil porque acá ya vivían mis dos gatos, Carlos Alberto y Luis Alberto. Además, solemos tener a Lila la vecina felina, Coco el gordo panda, y Adrián el precioso boludón, que vienen de visita y son los tres okupas fijos. Siento, quiero creer, que si un montón de seres mágicos como estos eligen husmear, comer y estar acá, conmigo, es que hay algo bueno en mi entorno, mi hogar, y es también de ellos.

El caso es que a una gata huérfana no le hace gracia mudarse, y menos a un lugar plagado de otros felinos. Y Tita lo hizo saber a su modo monárquico: gruñe para que Carlos y Luis no se acerquen mientras se me refriega para que la acaricie. Bufa, ronronea, bufa, ronronea. Es una bipolaridad hilarante y consigue mis primeras sonrisas en, ya, tres semanas y cuatro días.

Carlos Alberto es negro, atigrado, un poco ruin y esquivo, como un tigre viejo y desconfiado. Me ama con devoción. “Sos su dios”, me dijo F. una vez y yo le discutí “no, a veces me muerde”, pero él insistió: “claro, todo el mundo a veces se enoja con su dios”. A Tita la acepta, es el único gato al que no quiere desterrar de mi lado. La mira con curiosidad. Se deja amenazar con calma de anfitrión. Cuando alguien me hacía algo malo y yo me sentía angustiada, le decía a mi mamá “qué hago, qué hago” y ella respondía “nada, está delirando, no des pelota”.

A Luis Alberto lo consideramos bebo por siempre, aunque ya tiene seis años. Es rubio, con cara de vampirito bueno, le gusta salir a cazar, hacer caca detrás de los muebles y todo lo que desea en la vida es hacerse ovillo con otro gato. Carlos no solo nunca se prestó para eso, sino que lo faja seguido. Lo tiene cortito a pulso de zarpazos y el salamín vive en estado de terror. A Tita la ansía a lo lejos, cuando ella gruñe le guiña un ojo en señal de confianza. La mira con paciencia. La ama. La espera planeando las mejores siestas. La última vez que hablé con mi mamá le recomendé una serie porque me dijo que quería “meterse en la camucha”. Siempre le gustó irse a dormir temprano. Cuando yo era una niña, mi papá le decía al verla rumbear al cuarto a eso de las ocho de la noche: “ahí va el piyama más rápido del oeste”.

Este es el primer texto que escribo y no vas a leer, así que paso a esta segunda persona imposible, porque necesito hablarte. Todos los días necesito decirte algo. Que te quiero, que sos tarada por no haberme avisado que me olvidé un sobre con documentos en tu casa que busqué toda la pandemia, que te extraño hasta el dolor de cabeza, que veas Midsomar ahora cuando la pongan en Netflix porque tiene todo eso que nos encanta a nosotras del terror, que F. se está portando re bien y es un gran apoyo en medio de toda esta tristeza, que no entendemos qué pasó todavía y no estás para explicarnos.

Cuando hicimos el sumario para el número 8 de DIGAN SUS ELOGIOS con la mafia positiva estábamos felices; fue nuestra primera reunión presencial y aún planeábamos la fiesta lanzamiento, a la que viniste, “me arranqué el piyama”, dijiste, y esa noche nos hicimos nuestra última foto juntas. Ahora releo el material y me atraviesa el presagio que entonces no vi, cómo iba a saberlo, nosotras no creemos en esas cosas, pero que las hay, las hay. Las ilustraciones son de CJ Camba y ¿viste la brujita esta?, ¿y la chica con el café? Ya existían y yo no elegí las de esta bitácora, pero son nosotras. En literatura estrenamos Un niño pequeño, un minirrelato cruel y hermoso de Francisco Garamona, y Mil maneras dignas de morir, un cuento de Mariana Armelin que, bueno, se explica en sí mismo, ¿no? El capricho es sobre comidas favoritas, lo nutricio, mami, con textos de Agustina Bazterrica, Nicolás Teté, Alejandra Zina, Juanjo Conti, Julieta Habif y Martín Villagarcía. Hay dos reseñas: de Negro casi azul, de Paula Mariasch, por María Miranda y de Bajo sus pies, de Leticia Obeid, por María Paz Tibiletti, dos novelas que transitan la muerte de una madre y su duelo. Además, está la entrevista a Piranha, un tatuador, que hizo Darío Sosa, que igual, aunque no tenga mucho que ver, me hace pensar en vos, claro. Todo me hace pensar en vos.

Tita maugrita y la acaricio mecánicamente, pero freno. Se merece mi atención, no es justo dar amor sin brindarlo. La dejo guiarme para ver el modo en que más le gusta, adivino en el proceso qué hacías vos con ella. Es una bruma que enceguece y ahoga, al principio no se sabe para dónde ir, cómo seguir, qué hacer, pero si se avanza así, sin certeza, de pronto se llega a sacar la nariz, para que entre oxígeno, y al tiempo se puede ver otra vez. Es todo diferente porque esa bruma sigue ahí, pero se aprende a mirar a través.

DANIELA PASIK,
DIRECTORA EDITORIAL



ILUSTRACIONES: CJ CAMBA