CAPRICHO

INVIERNO: TE AMO, TE ODIO, DAME MÁS

Nadie tiene que enfrentarse por la primavera, en una pelea flores versus alergias. No hay barrabravas del otoño, arengando sus ocres de postal, ni detractores defenestrándolo por sus lluvias. Todo el debate pasa por el frío o el calor. Extremo. El maniqueísmo del clima. Seis autores y autoras fundamentan acá qué les pasa con este súper clásico que se juega en las redes y en cada charla de ascensor.

POR: E. LOGIAN/ ILUSTRACIÓN: SOL RAMOS

Llegó el frío y, con él, las camperas, bufandas, gorros y narices congeladas. También vinieron los guisos, sopas, chocolates y excusas perfectas para el whisky. ¿Qué es lo bueno y qué es lo malo? No importa. La gran duda es por qué no se puede amar al invierno sin odiar al verano y viceversa.

Para desentrañar el tema, y nadar más profundo, seis autores y autoras argumentan por qué prefieren el frío. O qué los hace odiarlo. El escritor de literatura infantil y juvenil Martín Blasco, que acaba de ganar el Premio Nacional, reflexiona sobre esta grieta climática y cuenta un cuento. La autora de relatos y novelas Natalia Moret describe con delicadeza una escena perfecta del invierno. El poeta y docente Alejandro Méndez fundamenta su odio por esta estación. Ana Navajas, autora de Estás muy callada hoy, enumera lo bueno y lo malo del invierno. Lila Biscia viaja líricamente la rutina helada de su infancia. Y la dramaturga, poeta y cuentista Nina Ferrari dice sin rodeos que le tiene bronca a esta época del año.

Acá los mini ensayos para pensar y llenar de sentido la charla frívola. Ustedes, ¿de qué lado están?


TE CUENTO UN CUENTO

POR: MARTÍN BLASCO

A la pasión de estos tiempos de dividir todo en un gran River-Boca se ha sumado ahora lo de las estaciones con los declarados “team inverno” y “team verano” (por supuesto, el más inocente de estos juegos de bandos). Cada vez que leo al respecto no puedo dejar de recordar uno de los cuentos de Nasrudín.

Para quien no lo conoce, es un clásico de la cultura popular árabe. Se supone que fue un personaje real que vivió en el siglo XII. Una especie de sabio, idiota y loco, todo a la vez. Digamos que es el primero de esa línea de personajes que van de Don Quijote a Homero Simpson. Sus cuentos son cortos, más cercanos al chiste que al relato, siempre con finales abruptos. Y, en la infinidad de temas que tocan, también hay lugar para resolver el tema invierno o verano. Dice así:

Un gran sabio había venido al pueblo de visita. Todos los jóvenes escuchaban su lección.

—Quejarse es parte de la naturaleza humana —dijo el sabio—. En invierno, los hombres se quejan de que hace demasiado frío y esperan con ansias la llegada del verano. Pero cuando llega el verano, se quejan del calor y desean que vuelva el invierno. Así es el ser humano, nunca está conforme.

Entonces, desde el fondo de la multitud, Nasrudín alzó la mano:

—Oh, Maestro… ¿Y la primavera?

UNA ESCENA DEL FRÍO COTIDIANO


POR: NATALIA MORET. FOTO: GENTILEZA ALEJANDRA LÓPEZ


El vidrio empañado de la habitación. Mis hijas enroscadas en las mantas en sus pijamas de polar, los pies descalzos me hacen sufrir. Me levanto de noche a taparlas. Las abrazo y son como una estufita. Los uniformes colgados en el respaldo de una silla pegada a la chimenea. Las cuatro bolsas de agua caliente que esperan sobre la mesada de la cocina. Cambiar garrafas. Los pasos de mi novio en la oscuridad acolchonados por las pantuflas. Abre la salamandra en plena madrugada y pone uno, dos, tres leños. Redondos, para que no hagan llama sino brasa. Para que duren casi hasta que amanezca. Todo es escarcha. La niebla se come el horizonte. Caminamos a oscuras entre el frío vapor blanco del amanecer hasta llegar a la camioneta. Las narices rojas, las manos duras, nos reímos. Mis hijas me dan un beso todas envueltas en lanas. Gorros, guantes, bufandas. Se van al colegio, yo vuelvo sola por la ruta vacía. Paso la mano por la madera de la tranquera para sacar la capa de hielo, que brilla antes de morir en infinitos cristales. Poco a poco abre el día y vuelven a aparecer las acacias, los eucaliptos, los cipreses. Llego a casa. Allá vienen los perros embarrados. Vienen corriendo desde lejos por el pasto húmedo, dan vueltas en el aire, se me tiran encima. Los acaricio.

UN ROTUNDO NO


POR: ALEJANDRO MÉNDEZ

No, no y no. Cada átomo de esto que es mi cuerpo, pero también cada aliento de eso que identifico como espíritu, detesta al invierno. No hay vuelta. No hay argumento. Hay sensación insobornable, barrera infranqueable que se impone como guardiana del bienestar. Ni bien asoman los primeros fríos se desencadena una tragedia personal con todas las letras. No hay estufa, abrigo, abrazo, sopa que puedan ser pasaporte de indulgencia hacia algo parecido a una vida vivible.

Todo es melancolía: porque está clara la alianza entre el frío y la melancolía. Todo es desazón: porque es indudable que el invierno es la excusa climatológica de Lucifer para nuestro infierno en la tierra. Valga la paradoja. Un infierno frío, friísimo e insufrible. Sí, como un aluvión cacofónico de consonantes fricativas, como mil agujas clavándose en el cuerpo.

El invierno puede ser cada vez más perverso. Algunos días tiene el descaro de lanzarnos temperaturas bajo cero. ¿Hay algo más inhumano? BAJO CERO. Repito BAJO CERO y se supone que tenemos que vivir en ese inframundo subcero. Detesto la superposición de camisetas, pulóveres, sacos y camperas. Además, nuestras cabezas tienen que portar gorros y nuestras manos guantes. Ekekos mórbidos sin motricidad fina, tiritando y lanzando columnas de humo por la boca.

Todos los días de invierno se nos somete a la desgarradora experiencia de atardeceres macabramente congelados. El poco sol que a veces asoma desaparece violentamente a las cinco de la tarde. Entonces, baja o cae o mejor nos guillotina un telón de frío y angustia. Pueden acusarme de no ser objetivo, de no advertir sus matices benignos, de no barruntar sus posibilidades románticas, de no hacer la salvedad de la supuesta elegancia del guardarropa que nos exige. No, claro que no. Esto es una diatriba.

EN EL FUEGO SE CUENTAN SECRETOS


POR: ANA NAVAJAS

Durante años pensé que odiaba el invierno porque lo que me hace feliz es el calor. Pero no. El invierno tiene algo que admiro. Es contundente. Me cuesta, cuando me preguntan sobre el invierno, no distraerme y empezar a hablar acerca de lo que de verdad descubrí que desprecio: el otoño. Es confuso, demasiado consciente de su belleza y no se decide.

En invierno puedo decir con deliberación y argumentos: no gracias, hace mucho frío. En invierno, las calles están desiertas por las noches, escucho el latido de mi corazón, hay silencio. Hay niebla en la ruta, hay mandarinas en los árboles. En invierno todo es más gris, más cruel, más elegante. En invierno se prende el fuego y en el fuego se cuentan secretos: siempre me interesan. En invierno me enamoré tres veces, bah, dos. En invierno, todo es de vida o muerte. En invierno tengo más hambre y más sueño. En invierno la lluvia no es divertida. En invierno es de noche cuando todavía es de día, prendo la luz y por algún motivo me siento a salvo. En invierno salgo menos, miro menos, prefiero quedarme leyendo. Salgo a la terraza de noche a fumar un cigarrillo y el vaso de pinot adquiere la temperatura perfecta; respiro el humo y el aire cristalino. En invierno me ponían una polera con cierre atrás y cada vez que lo subían se trababa en los pelos de mi nuca. Me compré una así y ahora me los tironeo sola, me saca lágrimas.

En invierno, cuando salía temprano para la escuela, el pasto estaba escarchado y hacía crack. A las plantas frágiles, mi madre les mandaba a poner unos trajes de arpillera para que no se helaran, muchas morían igual. Como la gente enferma: dicen que, si no pasan agosto, se mueren. En invierno hay menos insectos. Y colores, apenas. ¿Hay luna? En invierno, cuando ya voy perdiendo toda esperanza, de repente hay un día en el que no hace frío y sale el sol y cantan los pájaros y parece primavera y yo pienso: falta menos para el verano.


ENTRA POR TODOS LOS LADOS


POR: LILA BISCIA

Durante:
Las medias, las calzas, el jean, la camiseta, la polera, el saco de entrecasa, la campera, la capucha, la bufanda.

Afuera:
El viento, la escarcha, las manos secas del aire húmedo, el pelo húmedo de la ducha de un rato antes de salir.

Más afuera:
El rocío hecho capsulitas de hielo de algún lugar al que ya no voy.

Más afuera, pero adentro:
Me despierto a los 8 años. Mi hermana ya está vestida. Yo, poniéndome la ropa del colegio sin destaparme, maniobrando desde adentro de la cama. El té con leche me espera en la cocina de las hornallas prendidas, para mantener el calor en la casa.

Más afuera de este adentro:
Camino de la mano de mi papá y la siento tibia. Entramos al auto helado. Los vidrios empañados y la espera hasta que se caliente el motor. El silencio porque hace frío y hace mucha mañana y la vista puesta en las gotitas que patinan desde afuera de la ventana.


Ahora. Invierno:
Por las noches tejo una bufanda desde la cama. La gata Luna, acostada sobre mis costillas, hace control mental para no morder el hilito de lana que va y viene entre las dos agujas. Tengo los pies fríos, aunque a veces, las medias puestas. El invierno entra por todos lados. Saber cómo sostenerlo y tomar el chocolate caliente es de las cosas que más me gustan.

SIN RODEOS: LE TENGO BRONCA


POR: NINA FERRARI

Quizá quienes gozan de los avances tecnológicos del progreso que, por supuesto, nunca alcanza a todxs, desconozcan las peripecias que atravesamos día a día para sortear el castigo del frío en las trincheras de la plebe apenas empiezan a bajar los grados.

Hemos desarrollado capacidades especiales tales como la de “escuchar a la garrafa”. Vamos adivinando de acuerdo al uso y el paso del tiempo cuánto le queda, un cálculo mental que se le suma a la cantidad infernal de variables que manejamos por minuto en la cabeza. Pareciera que a la muy turra le gusta vernos desesperarnos. Siempre se termina en el momento menos adecuado: en medio de la cocción de una pizza o apenas prendimos la estufa para cenar calentitos. La otra es la carrera contrarreloj para optimizar el uso del agua que cae como una limosna desde el duchador plástico del calefón eléctrico.

Y estos son apenas algunos datos anecdóticos, casi simpáticos, comparados con los mocos chorreando, la tos seca de un catarro que pareciera perpetuo en los pechos de los bebés, la duda existencial de si este mes compramos campera o zapatillas (los pibes, adiogracia, crecen como pasto), las filas en los comedores para llevarse en un tupper la única comida caliente del día, los vagabundos sin techo tiritando en la puerta de la iglesia apenas cubierta por la frazada que recolectaron los jóvenes de las organizaciones sociales.

En fin, le tengo bronca al invierno porque su frío crudo desnuda todas las desigualdades sociales estructurales. Me corrijo, entonces: le tengo bronca a la injusticia. El invierno no tiene la culpa de nada.

MUCHAS GRACIAS A LAS AUTORAS Y AUTORES QUE COMPARTIERON ESTAS PASIONES, CON SUS FOTOS. Y CHIN CHIN PARA MARÍA MIRANDA POR LA PRODUCCIÓN.