CAPRICHO

BIBLIOTECAS Y AURICULARES: ¿QUÉ ESCUCHAN QUIENES ESCRIBEN?

Si esto fuera una encuesta en una red social se podría plantear “¿silencio o música para leer?”. Y el resultado sería empate. Pero es una revista literaria, y un antojo narrativo, así que lo que salió son geniales mini ensayos con anécdotas y confesiones de seis escritores y escritoras que en conjunto arman la mejor playlist textual.

POR: E. LOGIAN

Hay música en la literatura. Ritmos. Hiatos. Oh, la poesía. Pero también bandas y canciones están inmersas en las tramas de cuentos y novelas. Como Los Ramones en Cementerio de animales, de Stephen King. O casi toda la obra de Bret Easton Ellis y mucha de Hanif Kureishi. Perdón, para no irme por las ramas hasta terminar perdido en un bosque inmenso, elegí tres ejemplos que me hacen canturrear. Para algo esto es mi capricho, ¿no?

Entonces, leer y escuchar música, ¿es posible? He ahí el dilema. Se discute mucho sobre la compatibilidad de ambas tareas. Ser o no ser. Oh.  Para despejar dudas busqué a seis seres del mundo de las letras que la mueven a puro ritmo de ideas y tipi tapa. Leo Oyola, autorazo y DJ, hace un triple match de música, literatura y cine. Eugenia Zicavo, periodista cultural y bibliómana, argumenta sin fisuras por qué leer es una actividad silenciosa. Igual que el poeta Horacio Fiebelkorn, que de todos modos arma un seleccionado de temas instrumentales para libros que le suenan bien. Sonia Budassi, escritora, docente y glamorosa erudita combina clásicos rusos con ritmos ítalo-pop. Al documentalista, escritor y editor Mario Varela le llegó un ritmo desde una cabaña de su pasado de refugiero en Bariloche. Y Nicolás Schuff, que escribe para infancias, cruza bares, héroes griegos y tangos.

Acá está, este es, mi quinto capricho de una serie. Vengo como un trovador, a traer estos textos que me contaron y cantaron.


SOSTIENE EL TIGRE HARAPIENTO
POR: LEO OYOLA

En agosto de 1996 conocí a Antonio Tabucchi. Fue por el título de aquel primer libro y por la tapa con esa enigmática mujer y su elegante sombrero. Tuve ese ejemplar en las manos. Hojeé los nombres de aquellos relatos (Sueño de François Villon, poeta y malhechor; Sueño del doctor Sigmund Freud, intérprete de los sueños ajenos… y así). Tenía que ser mío. Lo compré haciendo tiempo para entrar a ver en el Metro 3 la primera Misión imposible. Al final, antes de que al Ethan Hunt de Tom Cruise le encomendaran una nueva aventura, se escucha Sueños, de Cranberries. Ya estaba sonriendo con la película de De Palma. Sonreía aún más pensando que en el tren iba a arrancar Sueños de sueños, de Tabucchi. Años más tarde, también en la oscuridad de una sala cinematográfica viendo Magnolia, conocí al Donnie Smith de William H. Macy, que anhela enderezarse los dientes y encontrar un hombre para darle todo el amor que tiene dentro suyo. Pero el amor no alcanza para pagar la ortodoncia. Y por eso sale a robar sin saber hacerlo. En el estéreo de su auto suena otro tema también llamado Sueños, que es de Gabrielle. ¿Tabucchi habrá visto Magnolia? Creo que sí. Sueño que escribió sobre este personaje. Y que lo agregó en una nueva edición de su libro: Sueño de Donnie Smith, otrora niño prodigio aún herido de dudas de amor.

BAJEN EL VOLUMEN
POR: EUGENIA ZICAVO

Para mí, los libros no suenan. Ni siquiera los que están explícitamente escritos para sonar fuerte, como Alta fidelidad o Just kids. No digo que no piense en el rock indie de los 90 leyendo a Nick Hornby o en la movida del Chelsea Hotel al leer las memorias de Patti Smith. Solo que, cuando aparecen en el texto, las canciones que conozco se quedan mudas.

Se dice que la literatura tiene ritmo, tono, cadencia: todas palabras robadas al sentido del oído. Sin embargo, leer es una actividad silenciosa y aunque una lectura “resuene” o “haga eco”, no deja de ser una especie de ruido sordo. Es de las cosas que más disfruto: esa amalgama extraña entre las palabras ajenas y mi voz interior, imposible de trasladar, ni siquiera leyendo en voz alta.

En mi caso los libros solo se vuelven música cuando son adaptados al cine. Entonces sí, en las corridas de Trainspotting estalla Lust for life de Iggy Pop, más allá del tempo de la novela de Welsh. Ejemplos hay a montones, desde la novena sinfonía de Beethoven en La naranja mecánica hasta las melodías de Nino Rota en El Padrino, pero no había acordes en mi cabeza cuando leí a Burgess o a Puzo.

Quizás todo tenga que ver con que no soy melómana y que, siendo una ávida lectora, mi formación musical es pobre. En una lista de temas, soy capaz de poner en pie de igualdad (por lo que me generan, que suele ser alegría y ganas de bailar) Vamos a amanecer, de Los Nota Lokos y Here comes the sun, de los Beatles. No soy confiable. Por eso, cuando leo, lo hago en silencio. De chica solía ir a los boliches con un libro escondido en la cartera, pero esa es otra historia.

JUEGA CALLADO
POR: HORACIO FIEBELKORN

Mis libros favoritos se fueron sucediendo con el paso de los años. El galardón fue, a principios de los 80, para Rayuela o Adán Buenosayres. Pero casi enseguida llegó Roberto Arlt, con El juguete rabioso. O Apollinaire, con los poemas de Alcoholes: me terminaron de abrir la puerta de la poesía, que ya venía orejeando una previa a cargo de algunas bandas de fines de los 60 como Almendra y Manal.

Pero por ese estímulo común entre música y letra es que me resulta cada vez más difícil la conexión entre una canción y mi eventual libro favorito. Suelo leer en silencio, y lo mismo necesito para escribir. Cuando leo, solo acepto la música del idioma y no otra cosa. Y cuando escribo, necesito que no me hablen ni me canten. A lo sumo, música instrumental: nada de voces ni palabras. En ese momento soy yo quien pone el idioma.

Pensaría, sin embargo, en algún disco de Brian Eno para Las ciudades invisibles, de Italo Calvino. Algo de Bill Frisell para Ley de juego, de Miguel Briante, y Piazzolla para Sin creer en nada, de Elvio Gandolfo, y Regreso a la patria, de Juana Bignozzi.  Pero nada de canciones.


DESDE RUSIA (HASTA ITALIA) CON AMOR
POR: SONIA BUDASSI

Hay determinada música que pareciera ser archienemiga de la lectura o la escritura. Un poco lo obvio: aquella que disputa sentido por sus letras o su estridencia. Digamos entonces que reguetón, cumbia, trap, también la canción “de autor”, esa que Spotify mete como “indie” —en especial, en español—, son géneros solo aptos para un recreo.

Si además de hacer “hay que parecer”, como decía mi padre (“no solo hay que ser honesto, hay que parecerlo”), paso el dato para meterse en personaje, pero en soledad (mostrarlo sería un modo muy actual de patetismo, la famosa figura de autora y autor): hay una lista para hacerse la escritora, como las de “Motivación para entrenar”, pero para el archivo de word: “The Writer´s Playlist”, maravilla solo comparable a la “Rocky Balboa Motivation”.

Ahora, si vamos a pensar intensidades de lectura —oh, alabados sean Iván Turgueniev, Fiodor Dostoievsky, Tolstoi, Anna Ajmátova e incluso Svetlana Alexiévich— lo que sí combina es la literatura rusa con la música italiana, de la lírica al pop. Casi como redundancia hiperbólica: la vida al filo de la vorágine mortal de la emoción bajo un prisma estético tan bello como dramático.

Suelo escuchar pop italiano, Tiziano Ferro o Nek; grandes artistas. Una vez posteé la canción Stop! Dimentica (tiene su versión en español, aunque prefiero la tana: Stop! Olvídate), y un contacto de Instagram me dijo que ese tema le parecía hecho a partir de la lectura de La invención de Morel, de Bioy Casares. Meses o años más tarde recibí un comentario similar. Pensé que era de otra persona, pero no lo sé, incluso me fijé en Google si había alguna referencia concreta, conocida, remanida, al respecto. No encontré nada. Vuelvo a escucharla y sí, cierra perfecto. Una novela vuelta pequeña canción en otro continente.

¿Cómo no caer en la magia pretenciosa de la duplicación, en la consonancia posible de los dobles no complementarios, sino iguales, y en la posibilidad de los escenarios expandidos en términos literarios, terrenales, imaginarios, musicales? Qué ganas de explorar esas otras dimensiones, y de armar una playlist especial, cósmica o insular, acorde.

AQUELLOS AÑOS FELICES
POR: MARIO VARELA

Uno de mis libros favoritos (tengo varios por épocas) es Las sirenas de Titán, de Kurt Vonnegut. Si lo tengo que asociar con una música es también asociarlo con un tiempo. Un otoño lluvioso en la cabaña, con mi esposo y dos niños. Escuchábamos The Cello Suites: Inspired By Bach, de Yo-Yo Ma. Un disco de derrotas y renacimientos, como en el libro y el momento.


VOLVER
POR: NICOLÁS SCHUFF

No escucho música mientras leo ni leo mientras escucho música, a menos que las circunstancias me lo impongan, que es lo que me ocurría hace muchos años en un bar de Balvanera al que solía ir por las mañanas. Me gusta leer y escribir en bares, me viene bien esa especie de atención flotante entre el adentro y el afuera que propician. El bar en cuestión era tranquilo, luminoso, no muy limpio ni muy caro. La radio estaba siempre encendida, y siempre sintonizada en la misma frecuencia: una que solo transmitía tangos. Sonaba Gardel sobre todo, pero también Julio Sosa, Roberto Goyeneche, Edmundo Rivero, Floreal Ruiz y muchos tangos y milongas instrumentales. Por esa época yo estaba preparando una versión de La Ilíada y La Odisea para una colección infantil, y a esa tarea me abocaba cada día en una mesa de aquel bar donde las peripecias de Aquiles, Ulises y el resto de aquellos bravos muchachos quedaron asociadas para siempre en mi memoria al sonido del fuelle y a la voz entrañable del zorzal criollo, mi preferida. ¿O era Ulises, volviendo a Ítaca después de diez años, el que cantaba “Yo adivino el parpadeo / de las luces que a los lejos / van marcando mi retorno”?   

Muchas gracias a LEO OYOLA, EUGENIA ZICAVO, HORACIO FIEBELKORN, SONIA BUDASSI, MARIO VARELA Y NICOLÁS SCHUFF POR SER DJ DE ESTE CAPRICHO.
Y un chin chin
A MARTÍN GAGLIANO, DARIO SOSA Y MARIANA ARMELIN POR LA GRAN PRODUCCIÓN
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FOTOS: GENTILEZA DE CADA AUTOR Y AUTORA
IMAGEN DE APERTURA: GLADYS BIALEK