BITÁCORAS

ENCUENTRO DE DOS MUNDOS

“Los declaro marido y mujer”, dijo el cura y así me anunció indirectamente que el momento más estresante de la jornada ya había pasado. Solo quedaban por delante once horas de intentar ser invisible detrás de la cámara y retratar la intimidad de los invitados a la fiesta. Para no romper mi rutina de trabajo, antes de comenzar fui a picotear algo en la recepción, pero me interrumpió la novia: “¡Hagamos fotos de mi papá ya! Se tiene que ir porque está con prisión domiciliaria. Lo dejaron salir una hora”. Y así fue como el típico casorio dejó de ser tan típico y la intimidad de la familia se me reveló de cuerpo entero.

POR: Vicky Cuomo

SUPERADA EN EL CORAZÓN Y OTRAS VISCERAS

Escribo estas líneas con Tita, la gata de mi madre, maugritándome en demanda de atención. Así que me detengo y se la doy, porque todo lo que quiere es cariño y siento, quiero creer, que el amor de mi mamá está en ese cuerpo rechoncho y peludo. Es casi de peluche, blanca con manchas rubias, pero late y palpita. Tiene porte de reina. Su gesto habitual es como de estar juzgándote. La veo y puedo vislumbrar un futuro en el que recupero mis ganas de divertirme y hago memes con su foto. Ahora vive conmigo, porque su humana murió. Yo soy la que necesita el abrazo, el contacto amoroso, pero ella lo expresa y reclama. 

POR: Daniela Pasik

¿Y SABEN LO QUE PASÓ?

Mi culito de rana. Así nos llamaba el profesor de música de la primaria cuando quería decirnos algo que podía ponernos tristes. Mi culito de rana, no vas a hacer de Bambi en la obra de fin de año. Mi culito de rana, hoy vas a tocar el triángulo. Mi culito de rana, vos mové la boca, pero no cantes. De esa manera, en medio de un canon, supe que desafinaba. Que cantaba lo suficientemente mal como para que un maestro de chicos de seis años interrumpiera el coro de voces agudas y me pidiera que solo hiciera la mímica, mi culito de rana. 

POR: Pamela Altieri

EL NINJA NEGRO

Cuando era chico quería ser grande para jugar al fútbol en la primera de Boca, al básquet en los Chicago Bulls o al vóley en la selección argentina. También quise ser locutor y astronauta. Fui cambiando. Lo único que sostuve más tiempo fue el deseo de convertirme en ninja negro. Después de cenar, practicaba acrobacias de ninja en la casa de mi vecina. Saltaba desde el borde del aljibe altísimo, con los ojos achinados y la concentración aguda  burlándome de la gravedad para acercarme a las estrellas.


POR
: Darío Sosa

LLUEVE EN CALIFORNIA

“Cuando llueve en California, te enterás primero por Snapchat, antes de mirar por la ventana”, me dijo una conocida hace unas semanas y se rio con ruido. Hasta hoy yo no había entendido del todo el chiste. Van tres días de llovizna persistente y por la calle hay montones de personas sacando fotos al reflejo de las luces en los charcos. En seis meses que llevo viviendo acá nunca hubo una lluvia propiamente dicha, de esas porteñas que suben desde el río y empapan la ciudad. 

POR: Martín Gagliano

HABITAR LAS PESADILLAS

Te vas de acá”, le grité a la figura alargada y sombría que me desafiaba en un sueño con potencial de pesadilla. Tanteé el reloj, eran las cuatro de la mañana. Todavía me quedaban horas para dormir, pero me pareció más seguro estar despierta. Es un mecanismo de defensa que desarrollé de chica: mantenerme en alerta, como un gato.  Las pesadillas en la adultez son más tenebrosas que en la infancia. O quizás hoy lo veo así porque a la distancia los recuerdos se apaciguan y puedo observar el pasado con nostalgia.

POR: María Miranda

CACHONDEZ Y SENTIMIENTOS

Cumplí años a los dos días de arrancar la cuarentena y empecé a tirarle los perros a algunos señores que me saludaban por whatsapp, tratando de garantizarme, de manera digital en la pandemia, el polvo semanal que siempre trabajé y logré durante la vida analógica. Qué desasosiego cuando creí que no iba a volver a cojer. Era lo mismo que una sentencia de muerte. Menopáusica y encerrada, sin contacto alguno, no la levanto nunca más, pensé. Listo, me marchito y seco, literalmente.

POR: Mariana Armelin 

LEJOS, PERO CERCA

A la hora de dormir me despabilan los ruidos que atraviesan los vidrios de mi ventana, que últimamente parecen de papel. El presidente invita a que nos quedemos en nuestras casas y todo el contexto del afuera, también. Escucho insultos entre vecinos y sirenas que, por algún motivo, no despiertan a Luca: el miedo solo me abraza a mí. Me pego a su cuerpo inerte, incapaz de defenderme de nada, y espero a que bajen mis pulsaciones para retomar el sueño, pero sé que la ira no es exclusiva de la noche.

POR: Flora Otaño Ezcurra

PRESIENTO QUE ESTE ES EL COMIENZO DE UNA HERMOSA AMISTAD

No me suele gustar hablar en primera persona del plural. En general siento que excluye sin querer, cuando su intención suele ser la contraria. “Estamos en estado de felicidad”, podría enunciar ahora, pero ese “estamos” no deja claro el quiénes. Y, ante la duda, nadie se siente parte. Lo esquivo también porque en muchos otros casos me parece una sobreactuación de pertenencia que, en definitiva, no dice nada. Se vuelve tan intensa que queda vacía de contenido. Como un slogan. “Tenemos algo fabuloso para mostrar” es lo que evito decir por culpa del “tenemos”.

POR: Daniela Pasik

TAMBIÉN PODÉS ELOGIARNOS EN FORMA DE AYUDA ECONÓMICA Y TENEMOS DOS PROPUESTAS: