BITÁCORA

CACHONDEZ Y SENTIMIENTOS

Cumplí años a los dos días de arrancar la cuarentena y empecé a tirarle los perros a algunos señores que me saludaban por whatsapp, tratando de garantizarme, de manera digital en la pandemia, el polvo semanal que siempre trabajé y logré durante la vida analógica. Qué desasosiego cuando creí que no iba a volver a cojer. Era lo mismo que una sentencia de muerte. Menopáusica y encerrada, sin contacto alguno, no la levanto nunca más, pensé. Listo, me marchito y seco, literalmente. Redoblé la búsqueda de compañeros sexuales virtuales, pero oh, sorpresa, los candidatos en ese entonces estaban muy consternados flasheando apocalipsis o, al contrario, descerebrados en cierto optimismo planteando “es cosa de un mes o dos, esperemos”.

Lo peor que me dijeron fue “está claro que entre internet y cojer preferimos internet”. ¿Qué? “Sacame el carnet de tuitera, pero ponemelá”, contesté. Risas, y de cojer ni hablar. Mejor no pensar, mejor ocuparse, concluí, y me volqué a la escritura. Hasta que noté que ahí también se dejaban entrever mis ganas: en los capítulos en proceso de mi novela empezaron a aparecer mujeres calientes, nadando en el Delta y bebiendo cerca del río, masturbándose en cementerios, cojiéndose entre ellas y, después, juntas, a un ex en común.

Cuando vi que E. Logian, que es fuente de inspiración (si recorren la página verán), pide en la home “mirame todo” imaginé sus nudes y ahí entendí que sí, que estaba al borde de perder la chaveta. Había llegado a límites insostenibles justo cuando, como si todos mis pedidos al universo hubieran sido escuchados, cayó un físico, real, del cielo, bah, de la nube. Zoom va, zoom viene, foto va, foto viene, fueron pasando los días y sigo fantaseando, pero ahora es con alguien de carne y hueso. Vení, bombón, descosemelá, in the flesh, cara a cara, pija a concha. ¡Ah! Abrazar el cuerpo desnudo del que te gusta es como volver a casa. Pero estás en casa hace nueve meses, dice una de las voces de mi cabeza. ¡SHHHH! ¡Dejame ratonearme como se me moja!

Él, que es perceptivo y tiene un poco de imaginación o de astucia, hace lo que puede para, a la distancia, conservarme en este precioso estado que se menea entre el goce y la permanente expectativa. Así de tangible es lo que hace para haber llegado a posicionarse como el hombre que protagoniza todas mis imágenes y pensamientos.

Estoy cachonda y me gusta escribir sobre sexo cuando estoy caliente. Cojiendo, aunque sea virtual, me siento ancha, despatarrada, blanda. Todo se me presenta excitante. Plantas de hojas grandes, pornográficas, mi ventana urbana da a la selva. Entra olor a lluvia, hay verdes infinitos. La vegetación, exuberante, tropical, cruje, crece. Los pájaros hacen oá oá. El aire es húmedo, las gotas caen generosas, aunque el chaparrón de las tardes acaba de parar. Nos envuelve una semipenumbra, es la hora de la siesta. Estamos desnudos en la cama. No es la tuya ni la mía. Es otra, un poco angosta. Uno al lado del otro, boca arriba, todavía apenas agitados. Nuestros cuerpos irradiando calor. La calma flota como nubes bajas. Completos, satisfechos, el olor a sexo es como un rocío que no se dispersa, casi se puede tocar. Girás hacia mí, me rodeás con una pierna y un brazo, tu peso cede, tu cuerpo se vuelve a entregar, soy feliz.

Es diciembre y los pensamientos sobre las metas logradas, que se suelen tener en esta recta final hacia la locura, se agolpan en las mentes y rebotan contra la pandemia. Yo sé que todos y todas piensan en las fiestas, cómo las van a pasar, qué hacer con los parientes mayores y hasta en las vacaciones. Pero ahora que se puede, lo mejor es tomar medidas, las que tranquilicen a cada cual, y aprovechar.

Una buena compañía para procesar este volantazo es la tercera edición de DIGAN SUS ELOGIOS, que llega repleta de mundos veraniegos, ilustrados por la lisérgica Chan Tejedor. Se pueden leer Los monstruos, un capítulo de la novela Territorios sin cartografiar, que funciona como cuento, y que Kike Ferrari nos adelanta antes de que llegue a las librerías en 2021, y La espera, un relato inédito de Pamela Altieri que anticipa una playa que es eterna. En la sección Entrevistas, hablamos de lecturas con personas que se dedican a otra cosa y esta vez le toca a Gisela Volá, autora de trabajos fotográficos que narran y revelan mundos, en charla con María Miranda. Las reseñas son acuáticas, porque transitan el Delta y el Paraná: Lugones, de César Aira, por Daniela Pasik, y No es un río, de Selva Almada, por Darío Sosa. Finalmente el capricho de este número es la vernissage de una muestra de tweets hechos cuadros, obras textuales de Samanta Schweblin, Martín Felipe Castagnet, Mariano Blatt, Gabriela Borrelli, Luciano Lamberti y Javiera Pérez Salerno.

Reemplacemos la parafernalia navideña, el turrón derretido y la parentela estresada por una buena ensalada rusa de sexo. La pavita por el ganso, las pelotas del arbolito por las de alguien golpeando la base de un culo o una vulva. Conchas, líquidos, pezones erectos, pieles electrizadas, bocas entreabiertas, jadeos al oído, lenguas lamedoras, caderas moviéndose en círculo, dedos sabios buscando su lugar.

Hagan como yo, que solo pienso en la fiesta del cuerpo y en las olas de placer. Cuando acabo, soy concha, soy cielo y soy tierra, nada y todo a la vez. Para descansar, leo DSE. Después, retomo el sexo. Las dos cosas son goce. ¿Qué más se puede pedir? Ah, sí, pidan morfi.

MARIANA ARMELIN
CONSEJO EDITORIAL

ILUSTRACIONES: CHAN TEJEDOR