RESEÑA

LA FE SECRETA, DE ALEJANDRA BRUNO: LO ABSURDO QUE ES VIVIR

“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio, y ese es el suicidio”. Lo dice Albert Camus en El Mito de Sísifo, lo pone en juego esta novela, en formato de road movie existencial, ganadora en 2018 del tercer premio del Fondo Nacional de las Artes, que publicó en 2021 Indómita Luz. Suspenso y letargo con velocidad. Un viaje literal y otro entre el adentro y el afuera, paisaje y pensamientos

POR: DARIO SOSA. FOTO: VICKY CUOMO

“Si todo estaba arruinado para ella, ¿por qué arruinar a los demás?”, piensa Valeria, una joven editora de programas de TV que decide suicidarse y, en principio, no encuentra un lugar adecuado para hacerlo sin traumar a posibles testigos o a quien encuentre su cuerpo. La fe secreta (Indómita Luz, 2021), novela ganadora del tercer premio del Fondo Nacional de las Artes 2018, es la primera publicada de Alejandra Bruno, también autora de La hija del delta, finalista del premio Clarín 2020.

Con una pata en el universo de los videojuegos —como diseñadora narrativa, game designer y productora— y la otra en el cine y la televisión —también es guionista—, Alejandra Bruno se lanza a la literatura y usa con pericia las herramientas de sus actividades principales para crear mundos, contar historias en formato libro y, en este caso, acompañar a Valeria, laprotagonista, a cumplir su deseo final.


El departamento está sucio, hay rastros de muebles que ya no están, muestras de un trabajo sin terminar. Una voz, que expulsa el contestador del teléfono, dice que es el cuarto mensaje que deja. Nadie atiende. Como si las palabras fueran una lente, Bruno sigue mostrando, sin perderse en detalles: “Sentada en un sillón de respaldo alto, con los ojos fijos en la pared, el cuerpo inmóvil y las manos colgando de los apoyabrazos, Valeria no respiraba”.

En medio de su angustia, a la protagonista le cuesta todo. Comer, moverse y hasta respirar. Afuera, en una Buenos Aires prepandemia, la gente se mueve con barbijos, pero por el humo de los incendios descontrolados en Entre Ríos, que llegó hasta la ciudad. Y, como si fuera poco, hay huelga de recolectores. Todo está mal. En ese contexto, a Valeria la invaden los pedidos: una vecina le ruega que le cuide al perro, su madre quiere que se ocupe de la hermana, el trabajo tiene que ser terminado y hay un hombre que no para de llamar. Ella no hace nada, apenas dice.


“Abandonó la silla frente al escritorio y se dejó caer en el sillón. Luego de mirar el techo fijamente empezó a balbucear con amargura las palabras que formaban su habitual letanía”, cuenta una tercera persona que escucha y espera con la cámara encendida, construyendo tensión desde la observación. La intriga por conocer los motivos de la depresión de Valeria se alimenta poco a poco con algunos mensajes inconclusos, o que solo Valeria podría descifrar. De esta manera, resulta imposible no devorar las primeras páginas con la intención de saber qué pasa.


Todo cambia cuando Valeria toma la decisión de suicidarse. La protagonistase pone en movimiento y la historia toma el ritmo de un videojuego donde el objetivo es desaparecer. Una vez que sortea los primeros obstáculos (conseguir plata para comprar un arma y adquirirla), la siguiente pantalla sería resolver el problema del dónde. “Ya no había nada que ella pudiera cuidar, salvo, no sabía por qué, su modo de desaparecer”, plantea la voz narrativa y, de esta manera, Valeria encuentra cómo pasar al siguiente nivel. En medio de una ciudad demasiado habitada, se le hace presente una imagen: desde la vidriera de un negocio, la foto de un paisaje montañoso y una carpa iluminada por dentro. Eso  la atrae como un imán y entiende que es esa “la locación donde interpretar su próxima escena”.


La protagonista, muñida de carpa, mochila, arma y poco más, emprende el viaje hacia un lugar determinado del sur argentino: un cerro que ni siquiera aparece en los mapas. En la oficina de turismo le advierten que no es de fácil acceso y lo peor de todo, que en los últimos meses desaparecieron algunas chicas. Que no le conviene andar sola, le dicen. Pero Valeria está decidida y lo que menos le sirve, para llevar adelante su plan, es tratar con otras personas. El destino le resulta cada vez más ideal.

La protagonista, para este momento, ya está en la búsqueda de su siguiente objetivo. El paisaje a lo largo de la novela juega un papel fundamental, ya sea para marcar el pulso de la angustia y la opresión cuando transcurre en esa Buenos Aires hípercontaminada, o para exponer la gravedad del asunto y señalar lo que no se puede ver: “Absorta en sus pensamientos y encorvada por el peso de la mochila, Valeria miraba con fijeza solo la inmediata porción del camino que tenía por delante”.

“La montaña es la montaña”, le podría cantar Spinetta a esta viajera deprimida, pero para ella la montaña es otro obstáculo que le impide llegar a lo que cree es su destino. De pronto, en medio de tanta abstracción, Valeria sí pone atención en algunas cosas. Y descubre el movimiento de las llamas de una fogata en la oscuridad o advierte los peligros latentes de que algo en ella, o alguien por fuera, podría ponerle fin a este derrotero. En esos momentos geniales, aunque aún no está resuelto el misterio, todo cuadra.


Con esta novela —ágil, cargada de acción y movimiento—, Alejandra Bruno juguetea con quien lee con la maestría de una guionista que elige poner a su público incómodo, pero a la vez le da algunas cuotas de humor para habilitar la duda. La pregunta que pincha es la de qué es lo mejor, qué final se desea para la protagonista de La fe secreta, ¿estar de su lado implica ponerse en su contra? ¿Qué sucede cuando alguien que decide terminar con su vida está en peligro de ser víctima de un asesinato? ¿Conviene llegar hasta el final del juego?

La fe secreta, de Alejandra bruno.
Indómita Luz, 2021.
170 páginas.
Se consigue solo en formato físico.