BITÁCORA

LEJOS, PERO CERCA

A la hora de dormir me despabilan los ruidos que atraviesan los vidrios de mi ventana, que últimamente parecen de papel. El presidente invita a que nos quedemos en nuestras casas y todo el contexto del afuera, también. Escucho insultos entre vecinos y sirenas que, por algún motivo, no despiertan a Luca: el miedo solo me abraza a mí. Me pego a su cuerpo inerte, incapaz de defenderme de nada, y espero a que bajen mis pulsaciones para retomar el sueño, pero sé que la ira no es exclusiva de la noche.

De día, los manteros se acumulan sobre la avenida Rivadavia y también pelean, primero entre ellos y luego con la policía. Yo los escucho desde el angustiante privilegio de mi ventana. En esta casa solo grito yo, y cada tanto. Lo peor que le vi hacer estos meses a Luca fue suspirar en un episodio de completa exasperación. Entonces, me disculpé y observé, un poco avergonzada por la situación, que es cierto eso de que las calladitas somos las peores. “Vos no sos calladita, Flora”, me respondió.

A mí el afuera me resulta hostil casi siempre, pero últimamente algunas cosas no son solo una cuestión de mi percepción y nada más. Descubrí que mi portero es en realidad dos porteros y que mi miopía es mucho más grave de lo que sabía y sospechaba. Ese era mi problema de percepción. A esta altura del encierro, todos sabemos que los vecinos del 12º A se odian y deberían divorciarse. Esa miopía era mía, pero también de Luca, del resto del edificio, incluso de esa pareja.

Cuando me canso del encierro me recuerdo a mí misma que la variante es ir a la oficina y se me pasa. No extraño ni siquiera a Juancito de informática, mi preferido. Se asomaba al menos una vez al día a repetir los chistes que le contaba a sus compañeros del final del pasillo y a describir el bullying que recibía como resultado. Venía con su voz aniñada, su metro cincuenta y sus cuarenta años viviendo con su madre para salir corriendo nervioso de vuelta hasta su escritorio, a veces en medio de una oración. Cuando los nuevos tomaban confianza me preguntaban qué le pasaba. Con qué, contestaba yo, fingiendo desentendimiento. La verdad es que no tengo idea y a ellos no les importa realmente.

Hace poco me bajé de todas las formas de encuentros virtuales que pude y quedé escondida en mí misma, aunque la computadora siempre me encuentra. Me escapé con felicidad de mis compañeros de oficina, pero también de cosas que me gustan, como la escritura. Es que, ¿sobre qué escribimos los que narramos desde lo que nos pasa cuando no pasa? De todo y de cualquier cosa, quizás. Muchos de nuestros anhelos fueron puestos en pausa, pero hay uno que no: DIGAN SUS ELOGIOS. La revista es un capricho compartido que, entre otras cosas, alegra mis meses de confinamiento. De bonus, hacemos más entretenidos algunos ratos de ustedes, que nos leen. O eso esperamos.

La mayoría acumulamos en la mesa de luz una pila de libros que muta de tamaño muy lentamente. DSE tiene, en ese sentido, un formato amigable. Y esta segunda edición en particular me llena de alegría. Pueden leer Esto no es un parto, un cuento breve y espectacular de Tamara Tenenbaum, y Ese verano, un relato inédito de Diego Farias que roza lo políticamente incorrecto desde un ángulo tierno y hermoso. Están las reseñas de Hasta que mueras, de Raquel Robles, por Mariana Armelin, y Diferentes tonos de rojo, de Facundo Dell Aqua, por Martín Gagliano, para que sigan armando una biblioteca guiada con amor a partir de nuestros elogios. En la sección de entrevistas para hablar de lecturas con personas que se dedican a otra cosa esta vez le toca a Juan Quintero, folklorista de cuna, músico sideral con alma de guitarrero y poeta de los cerros y las estrellas, y la charla la lleva adelante el gran crítico y periodista especializado Gabriel Plaza (que es una joya escondida como escritor de cuentos). Finalmente, el capricho de esta vez es un Cadáver expuesto, que también es exquisito, escrito a seis manos por Juan Diego Incardona, Vanina Colagiovanni, Josefina Bianchi, Rodrigo Armoa, María Miranda y Darío Sosa. Todo embellecido con ilustraciones de Cecilia Martínez Ruppel, que además es poeta.

Entonces agradezco, para restarle a mi culpa burguesa —que no sufre tanto la cuarentena— la parte de ser desagradecida. Gracias por tener un trabajo que odio, por el encierro que me mantiene sana y gracias por lo que, de todas formas, me deprime bastante. Pero si hay algo que agradezco sin condicionantes es el nacimiento de cada número de DSE, mi único momento esperado frente a la computadora.
 

 Espero que disfruten las lecturas tanto como yo,

 

FLORA OTAÑO EZCURRA,

CONSEJO EDITORIAL

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DIGAN SUS ELOGIOS. Directora Responsable: Daniela Pasik. Año Nº 1, 2020. Bauness 1278, CABA. Registro DNDA en trámite.