RESEÑA

LUGONES, DE CÉSAR AIRA: LAS FUERZAS EXTRAÑAS

Transita realismo, lírica, sencillez, concreto, fantástico. Puede ser serio, estudioso, erudito, formal, divertido, difícil, exuberante, escueto. Siempre es lúdico. Este texto de 1990 permaneció entre sus archivos y ahora decidió que era el momento de que saliera al mundo. Una rareza fuera de tiempo que sigue engordando su lista de más de 100 libros publicados. 

POR: DANIELA PASIK

En su estado natural, para entrar a tierra en el Delta había que hacerlo a machetazos. Nada en la naturaleza facilitaba el paso. Lugones, de César Aira, funciona como esa antigua isla hermosa, que reclama trabajo si alguien decide meterse. Los ríos que la inundan solían ser amplios y no había dónde hacer un alto, nada de lo que agarrarse a frenar, pero y porque se avanzaba con la corriente. El libro, publicado por Blatt & Ríos, fluye como aquella marea primaria. El texto es un solo párrafo de 180 páginas, que la editorial presenta con tipografía grande, como una colaboración para la travesía. Dejarse llevar es un paseo incierto, pero adrenalínico y por momentos feliz.

Leopoldo Lugones se suicidó el 18 de febrero de 1938 en un recreo del Delta llamado El Tropezón. Su hijo era jefe de la Policía y fue, dicen, el creador de la picana eléctrica en tiempos de la dictadura de José Félix Uriburu. Parece que había descubierto que su padre tenía un romance con una mujer joven, que consideraba impropio, y lo presionaba para que la deje. El escritor, entonces, tomó cianuro mezclado en whisky. Esto es verdad.

En la novela –publicada ahora, pero escrita a fines de los años ochenta– el entonces joven Aira juega, décadas antes, a lo mismo que armó Quentin Tarantino en Bastardos sin gloria en 2009 y en Érase una vez en Hollywood en 2019. O sea: basados en los hechos, reversionan la historia y cambian el final trágico a uno más feliz. O épico. Golazo visionario del escritor de Pringles y hits absolutos del director de Knoxville.

Si quien lee esta novela decide dejarse llevar por esos ríos que propone Aira, a veces amables pero otras turbulentos, y agarra el machete para penetrar al relato sin pausa ni punto aparte, de pronto podría estar, como la trama propone, en algún tiempo y lugar del Tigre. Con un Lugones que no es necesariamente Leopoldo, pero a la vez sí. En un sitio posible en el que pasan cosas imposibles. Como una posada en el Delta en la que de pronto una mujer se transforma en pájaro.

“Una tarde a fines del verano pasado llegó a nuestra isla el más grande escritor argentino, Leopoldo Lugones, sin equipaje, de incógnito, y con un revólver en el bolsillo. Qué venía a hacer, no lo sabía el personal del recreo, y en realidad no llegó a saberlo nunca nadie”. Así, con el corazón del asunto como primera entrada, comienza el texto, y la fantasía del autor. Cuando baja de la lancha, este Lugones aireano intenta sacar un reloj del bolsillo, pero en una distracción deja caer el arma, que se dispara accidentalmente. Le da a la dueña del recreo, que había salido a recibirlo, y comienza a enmarañarse, de a poco, pero definitivamente, todo. El texto es una sucesión de enredos, inventados o deformados de la realidad, que van poniendo en jaque al Lugones más real, dramático y potencial suicida, para volverlo un personaje torpe y afligido, que no tiene más remedio que lidiar –o tratar de no hacerlo– con un coro de mujeres calientes, el espectro de un pintor chino, familias cajetilla, contrabandistas, parejas en fuga y un yacaré que no solo habla, sino que además escribe. Y lo hace prolíficamente, “sin sentir en ningún momento la tentación de detenerme a pensar”. Como Aira, tal vez.

La lectura es, sin duda, divertida. Una imagen: el escritor serio que, entre otros hitos, inauguró la poesía moderna en español, de verso libre, deja su traje en la cama para darse un baño en su habitación mientras, desnudo y con anteojos, imagina un patito de goma flotando con él, y también que alguien abre la puerta de pronto, por lo que su humor sombrío pasa a ser una angustia y duda sobre qué decir, cómo ocultar ese muñeco de cuello largo que dibuja un signo de pregunta.

Ese es apenas un botón de muestra de hilaridad, pero el texto igual no deja de ser por momentos impenetrable, si se entra sin machete. “Y lo peor de darse cuenta de algo es que lo primero que uno advierte es que los demás se han dado cuenta antes. Todos los que se reían de mí, Borges, Girondo, Macedonio Fernández, ¡todos tenían razón! Y yo pensaba que era por envidia…”, reflexiona el Lugones de Aira, o el joven Aira en voz de su falso Lugones.

Entre gags y propuestas desafiantes, también está el punto existencial más sencillo: esta es la historia de alguien que toma la decisión de matarse, en un intento de hacer de su vida impostada un gesto final real, pero no lo logra porque el mundo alrededor está lleno de exageraciones y grandilocuencias absurdas. Las circunstancias lo van devolviendo, otra vez, a su lugar de personaje. Podría ser una reflexión del joven Aira sobre el verdadero Lugones al momento de escribir el texto y también ahora, al decidir publicarlo, una revisión de eso y un juego o chiste sobre sí mismo.

Con la firme determinación de no representar personajes en la vida real, Aira casi no da entrevistas. No escribe contratapas ni prólogos ni artículos ni columnas. No presenta sus libros ni los de otros. Jamás merodea el ambiente literario. Publica, a raudales, donde se le canta. Puede darse el lujo, desde sus premios y reconocimientos mundiales, de entregarle a veces sus textos a editoriales chicas para no perder la costumbre del libro como producto hecho por amor, con pasión.

A contramano de cualquier tipo de sobreexposición, es la prueba empírica del resultado que puede dar el concepto “prepotencia de trabajo”. Fue finalista en 2015 del Man Booker International, uno de los premios literarios más prestigiosos del mundo. Su obra está traducida a treinta idiomas. Además de hacer ficción, piensa y analiza la literatura. Es experto en Copi y Alejandra Pizarnik. Escribe ensayos y estudios. En sus inicios fue traductor, entre otros de Stephen King. Y ahora, en plena juventud setentañera, es el autor argentino más importante de su generación.

Sale al mundo con masividad, pero a través de su escritura. Para todo lo demás cerró la cortina. Y, como en muchas de sus obras, a veces lo hace de un modo tan gracioso como elegantemente contestatario. Un ejemplo hermoso: a fines de 2017 intentaron contactarlo para declararlo personalidad destacada de la cultura en la Legislatura porteña. Nunca lo lograron porque no respondió los mails ni atendió el teléfono. Así de sencillo. Funcionarios impostados rezongaron, demostrando así no tener idea de a quién querían premiar. La (no)respuesta y las reacciones fueron de pronto como una novela de Aira. Él la escribía en su casa, así, con un silencio que terminó siendo un gesto ruidosamente real. Hay, de alguna forma, casi un mandato tácito, desde lugares diversos, de que te tiene que gustar Aira. ¿Cómo no quererlo con sus gestos? Además, le gusta a la gente aparentemente correcta, incluida Patti Smith, que en 2015 reseñó su libro de relatos El cerebro musical en una columna para The New York Times (dijo, entre otras cosas, que tiene “una mente improvisadora y un ojo cubista que ve las cosas desde muchos ángulos al mismo tiempo”) y el año pasado, además, puso en Instagram su foto con él para celebrarle el cumpleaños y declararse (otra vez) fan.  

¿Cómo no te va a gustar Cérar Aira? Si entrás con machete, o por el hueco casualmente correcto, lo amás. Pasa que no cualquiera de sus libros es el lugar ideal de acceso a ese todo fabuloso. Lugones, su publicación más nueva, es un texto de hace más de treinta años, una época en la que el autor exploraba lo exuberante y que es, subjetivamente, tal vez la más difícil de abrazar o terminar de entender para quien quiere empezar a entrarle.

No se empieza por acá con Aira. Pero para quien ya transita su isla frondosa, o incluso si solo viene en la canoa machete en mano, Lugones es un bocadillo interesante de su etapa más expresionista, grotesca y a veces hasta libidinosa. Podría acomodarse en la biblioteca entre La prueba, esa novelita de 1992 que parece una historia sencilla con chicas punks, pero que en realidad dialoga con el contexto histórico de una Argentina brutalmente liberal, y su precioso ensayo breve de 1993 sobre el expresionismo de Arlt. Así que vamos, agarren los remos.

Lugones (Blatt & Ríos, 2020), de César Aira. Se consigue en físico y en digital.

ILUSTRACIONES: CHAN TEJEDOR
FOTO: GENTILEZA FAUSTO PASIK