ENTREVISTA

PABLO LA PADULA: “EL PENSAMIENTO CIENTÍFICO TIENE UNA POESÍA”

Biólogo y artista visual, mira cada uno de esos universos aparentemente opuestos para encontrar el medio justo que lo sitúa en un lugar original, único. Su interés naturalista lo mueve a hacer una obra que narra, atravesada de lecturas y materiales, que invita al diálogo interno, a un replanteo de cómo se piensa el mundo.

POR: NATALIA GELÓS        

Son las piedras de los Alpes a orillas del mar, los herbarios, los caracoles, los paisajes lumínicos del fondo marítimo. Aquello que a él le habló desde la emoción. Todo eso forma parte de la última muestra de Pablo La Padula, Antes del paisaje, que se pudo ver presencialmente durante marzo y abril en la galería Miranda Bosch en Buenos Aires y también de forma virtual, trasmitida desde el Port Tonic Art Center de Francia. En los días previos a la inauguración, lo que se vive se parece a un gesto: el de llevar la mano a la oreja frente al vacío y esperar a que vuelva un eco. Él dice: “Una muestra es una idea lanzada a la sociedad. Es diálogo. Si no me vuelve nada, escribí mal”.

Hablar con La Padula es entrar en un universo de bordes difusos, donde la obra puede sonar a libro, donde la ciencia es arte, donde el laboratorio es atril, y el gabinete, el país de las maravillas. “No creo que la época no entienda al artista. Pero si no hay diálogo es porque el artista no consiguió las herramientas para encontrar el lenguaje. Si me hablan de cualquier cosa, aunque sea ‘esto es horrible’, ‘está mal’, ya hay diálogo. Si lo que hago genera discusión, mejor aun. Lo único que no puede pasar es el silencio o la adulación, que es parte del otro sistema. Con el ‘me encantó’ no hay diálogo. El gran anhelo, me parece, es generar un diálogo”, sigue.

Detalle de la muestra Antes del Paisaje, 2021

La Padula sabe de dialogar. Es doctor en Ciencias Biológicas y, a la vez, se formó con artistas visuales como Carlos Gorriarena y Eduardo Stupía. Desde la década del noventa su trabajo transita esos puentes, entre la biología y el arte, y encuentra en ese cruce un borde fértil. En esa arquitectura desde la que se para, la biblioteca ocupa un lugar privilegiado. “Hace poco me pidieron para el MAMBA que hablara sobre lo sorprendente. Armé un videíto muy casero donde mostraba mi metodología de trabajo, que empieza en la biblioteca, en la literatura. No porque vaya a leer un libro y me inspire. No es esa la forma. Lo hago de manera más bestial, inconsciente, pero parto de una base que se va armando desde la biblioteca. Yo creo mi propio imaginario. Lo digo en función mía, pero a la vez pienso que el ser humano funciona así”.

Sus obras han mostrado gabinetes, ilustraciones, objetos, las maravillas de un naturalismo que interpela a la idea de belleza (sea cual sea esa deriva). La Padula trabaja, en resumen, sobre el estudio de la vida. “Lo hago desde millones de ángulos. El lugar más común está anclado en que el estudio de la vida viene de la mano de los científicos. Esa forma es a partir de una operatoria mecánica, pero también se puede abordar desde las artes. Yo estudio la vida en clave profundamente subjetiva, porque la relación de lo humano con el mundo biológico es puramente subjetiva. Me relaciono desde mi historia personal, mi emoción, lo que me gusta y no me gusta. Como artista visual hablo de lo que me pasa con las cosas”, dice.




Sin título, acrílico sobre vidrio, 2004
Sin título, acrílico sobre vidrio, 2004

















Justamente, esas cosas que en él produjeron algo, un cimbronazo, una vibración, fueron las que trajo desde su viaje a los Alpes para intervenir, armar y desplegar en esta última muestra. Antes del paisaje, ¿qué pasa? Mirarse las vestiduras culturales para tratar de ver, a partir de ahí, los vestigios de una desnudez y contar más allá de las lecturas, las ideas, los conocimientos. “Fui a hacer un estudio de territorio al sur de Francia y la idea no era ir a buscar el paisaje marítimo, que tal vez los grandes pintores franceses inmortalizaron en sus cuadros. Quería llegar antes del lenguaje pictórico, antes de la estetización. Porque cuando lo estetizás le estás clavando una matriz arriba y no ves a través de tus ojos, sino a través de los saberes, que es algo buenísimo, pero es lo que yo busco desandar. Es un antes del paisaje científico también. Para no ver en clave darwiniana. Llegar a un grado cero de conceptualización y dejar que aparezca la experiencia emocional”, dice.

Detalle de Gabinete biológico, instalación, 2021


Pensando en libros como Del caminar sobre el hielo, de Herzog, o el más reciente Tundra, de Abi Andrews, donde se narra una salida a lo natural, ¿cómo te quitás las bibliotecas de la mochila para ese encuentro con el paisaje?
—Obviamente es imposible hacer esa inmersión de modo ingenuo y prístino. Llego con un bagaje de conocimientos; de hecho, ese bagaje es el que me hace llegar. Llego a estos proyectos a través de la fascinación de los viajes de exploración; colonialistas, políticos, científicos, buenos o malos, pero por los que tengo una fascinación absoluta. Forman mi imaginario. Llego a través del escritor viajero, del científico explorador, del imaginario de Herzog. Llego a través de la literatura, y la literatura es mi marco cultural. Consciente de eso, mi autopropuesta de trabajo es tratar de deconstruirlo. Tal vez la forma de desandar y bajar esos marcos teóricos, aunque sea un segundo, es siendo consciente de ellos.

—Decías que con cada muestra tenés una biblioteca. ¿Cuáles son?
—Son azarosas. Uso muy poquita ficción. Generalmente, son ensayos de arte, de ciencia. Un libro que siempre me acompaña es el de los cuentos de Edgar Allan Poe, un poco antiguo para la contemporaneidad.

—¿De qué manera dialogan con tu obra los cuentos de Poe?
—Yo encuentro mucho eco en los científicos y artistas románticos del siglo XIX, como Poe, Mary Shelley con Frankenstein, esa constelación. Las vanguardias pictóricas de esa época, incluso, lejos de desestimar el pensamiento científico en boga, al que, con las deformidades que va a acarrear, le daban una vuelta de tuerca. Fanáticos, al pensamiento mecánico le hacían un planteo de la parte metafísica, espiritual, sobrenatural que ese pensamiento debería tener. Por ejemplo, El escarabajo de oro, de Poe, es sobre un naturalista que estudia un escarabajo y se va para cualquier lado al servicio de una pulsión subjetiva. Ahí voy bastante.

—Imposible no pensar en Moby Dick
—A Moby Dick no lo tengo en la mesa de luz, pero sí al lado. Es un libro de biología del renacimiento, a la par de un gran libro de literatura. La ballena importa no solo como especie marina, con una estructura ósea, sino por la historia que narra, el cebo para las velas, el impacto en la población. Esa es la gran biología para mí. Mi trabajo intenta humildemente acercarse a eso desde la problemática que me genera. El gran desafío es que lo que yo diga desde mi lugar personal tenga una intelección con vos que no me conocés, que conecte con lo universal.

—¿Creció el interés por este cruce entre biología y arte?
—En el arte, hoy, sí. Con la pandemia, lo biológico se transformó en agenda número uno y el flujo de diálogo se incrementó. En la ciencia, para nada. El pensamiento hegemónico científico está muy en una dirección: cómo hacer una vacuna para el coronavirus. En el campo artístico, lo importante es la apertura. El rol de los artistas hoy es hacer el boceto de un nuevo mapa. A fines de los noventa, cuando hablaba de la biología en el arte me metía en un laboratorio, algo muy distinto a lo del naturalista, lejos de caminar como Darwin en las Galápagos. Yo hablaba de lo que me pasaba a mí al diseccionar la vida. En la sociedad hay dos lecturas: el científico que viaja como en la nave de 2001, todo progreso; y el eco de la bomba atómica del científico loco que te puede hacer volar una ciudad, la amenaza. Siempre trabajé entre esas dos visiones. Quiero mostrar al trabajo científico más como el dilema que transita Fausto, de Goethe, que como un documental de la NatGeo. Mi trabajo busca mostrar que el pensamiento científico tiene una poesía, una narrativa.


Sin título, humo y acrílico sobre tela, 2000

—¿Dónde buscamos la idea de belleza en la ciencia?
—No hay que confundirla con la idea de belleza en las artes visuales. La foto científica más bella tal vez es de un grano de polen en un microscopio. Humboldt fue a buscar una belleza, era un romántico, instruido por Goethe. Fue a buscar lo sublime en clave poética, como la gran literatura del siglo XIX. Es distinto a Darwin, que buscaba el mecanismo y encontró belleza cuando descubrió un mecanismo simple, fácil de entender y de llevar a un modelo matemático. La gran belleza de la naturaleza es simple y perfecta. Cuando Humboldt va al Ecuador, él ve belleza en el caos barroco de la naturaleza. Cree que en ese paisaje sublime hay una verdad ontológica de la naturaleza. No es una verdad estetizante.

—¿Y vos dónde la buscás entre esos dos extremos?
—Yo reboto entre esos dos extremos. Cuando escribo un paper, busco la belleza de la idea, y la ciencia es espartana, cree que la biología es económica. Lo bello es energéticamente económico. En el arte, la belleza es buscar lo sublime en lo natural. Lo busco como puedo, en pequeños objetos. La idea de lo sagrado en el mejor sentido, en el sentido humano; algo que te abre un portal a otra realidad, a lo trascendente.

—¿Cuál es el libro con el que más dialogaste últimamente? Decías que una lectura activa es con lápiz en mano.
—Acabo de destrozar Lo sagrado y lo profano, de Mircea Eliade. Cuando estoy laburando las lecturas, me aparecen en resonancia con lo que estoy haciendo. Venía de leer Las palabras y las cosas, de Foucault, un texto profundamente materialista. Cuando encontré en la biblioteca el libro de Mircea Eliade sobre las religiones, me hizo más eco porque encontré algo más emotivo, menos racional que la escritura de Foucault, que me encanta, pero es un bisturí literario.

—Los dos extremos de nuevo.
—Yo tengo lecturas científicas, pero mi trabajo tiene un giro hacia lo espiritual, lo misterioso. El I Ching tiene una cosa profundamente misteriosa, y una poética simple, opuesta a los filósofos que leo. El I Ching y el Tao Te King me ponen en plano perceptivo. Son literaturas que hablan a través de imágenes. Yo buscaba cierto eco sobrenatural en los objetos y esos libros me calzaron muy bien.

—¿Vas a seguir explorando por ese lado?
—Absolutamente. Así como en los noventa creía que había que mostrarle a la sociedad que la ciencia es un caño y que vale la pena hacerla, hoy creo que hay que comunicar que la ciencia es una forma más de ver el mundo y que el arte es otra forma del mundo, tan valiosa como la científica. Hoy, al no haber ninguna narrativa que dé cuenta del problema del mundo, ambos campos deben dialogar entre sí sin subestimar ni sobrestimar los saberes de uno y de otro, porque no tenemos un norte. Nadie pone las manos en el fuego por ninguna narrativa. No puedo pintar un cuadro porque pinto, ni abrir una célula porque la abro. El anclaje fundamental es agarrarse de la emoción de lo que se hace.

Sin título, acrílico sobre vidrio, 2003
Sin título, acrílico sobre vidrio, 2003

FOTOS: VICKY CUOMO
OBRAS: GENTILEZA PABLO LA PADULA