RESEÑA

PANZA DE BURRO, DE ANDREA ABREU: CRECER SOLO CUESTA VIDA

Un debut volcánico. De una autora española, que además llega a la Argentina de la mano de Barrett, una editorial sevillana independiente que promete un catálogo interesante. Esta novela aparentemente sencilla en su trama, hermosa en su escritura, en realidad irrumpe como lava para abrir un mundo y un imaginario que necesitan mostrarse.

POR: MARIANA ARMELIN

¿Qué nena no se ha enamorado de su mejor amiga? Una amistad intensa como el amor, deslumbrarse, admirar casi al borde de la envidia a la compinche y querer ser iguales parece ser el ingrediente común en las relaciones iniciáticas sin importar nacionalidad ni clase social. “Yo no sabía la diferencia entre yo e Isora a veces pensaba que éramos la misma niña”, dice la narradora de Panza de burro (Editorial Barrett, 2021), la primera novela de la española Andrea Abreu.

La historia se trata del despertar sexual, el de amistad y el otro, pero también del salto de la niñez a la adolescencia. Todas esas anécdotas cargadas de esos subtextos, siempre atravesadas por el género y la pobreza, durante un verano que marca la vida de la protagonista cuando descubre que ser niña, huérfana y pobre es una conjunción que resulta fatal.

La novela, publicada en marzo en Buenos Aires, es el desembarco en la Argentina de la editorial sevillana y el debut, acá y allá, de la joven autora canaria. Lleva vendidas 20.000 copias en su país y se transformó en poco tiempo en un exitazo pandémico. Desde los encierros, lectoras y lectores de España encontraron una salida al mundo con esta historia repleta de escenas y personajes atrapantes, en la que la tensión crece junto a la insolencia y la desfachatez con la que Abreu amasa el lenguaje. Merece, además, una mención especial la imagen de la tapa, de Alessandra Sanguinetti, fotógrafa argentina que reside hace más de veinte años en San Francisco, Estados Unidos. Hipnótica y llamativa, es una obra en sí misma que, sin hacer referencia exacta a los personajes de esta novela, sugiere una relación —y un universo— intrigante que funciona a la perfección como trampolín para zambullirse en la lectura.

“Como un gato. Isora vomitaba como un gato. Jucujucujucu y el vómito se precipitaba dentro de la taza del váter para ser absorbido por la inmensidad del subsuelo de la isla”. Así, Abreu mete a quien lee desde el comienzo en la intimidad de estas amigas de once años que viven en un barrio no turístico, rural y trabajador, de una isla canaria que podría ser Tenerife en los 2000. Desde ahí en adelante, cuenta con crudeza, en voz de la narradora sin nombre, los conflictos que padecen las dos amigas, signadas por la carencia de afecto. Y esa primera persona es un acierto, que resulta crucial —lea quien lea— para ponerse casi realmente en la piel de esta nena que pronto dejará de serlo.

El caldo de cultivo de la historia de estas amigas es la ausencia de padres y madres que mimen, cuiden, contengan o tan solo guíen. Isora ya no los tiene, vive con la tía y la abuela, que atienden el almacén familiar y la monitorean desde ahí. Los de la narradora se ganan el pan todo el día en el sur, lejos: “mi padre trabajaba en la costrusión y mi madre limpiando hoteles”, cuenta, y por eso queda al cuidado de su abuela y un tío loco. Ambas están un poco desatendidas y a la deriva durante un verano en el que ninguna tiene posibilidad de vacacionar ni hay adultos que puedan llevarlas a la playa. Ellas, en cambio, soportan el clima, pesado, insostenible.

“Los días en los que el cielo estaba despejado se podía ver el vulcán. Muy pocas veces ocurría, pero todo el mundo sabía que detrás de las nubes vivía un gigante de 3718 metros que podía pegarnos fuego si quería”, dice la narradora. Y si bien esta amenaza latente les sirve a las amigas como excusa para masturbarse lo más posible ante la eventual muerte, también sobrevuela la idea de los otros peligros que acechan, como la bulimia de Isora, la ira de su abuela Chela, o la situación sexual de la que es víctima la narradora en una cueva en el monte. 

La relación entre estas niñas es desigual. Isora es mandona, dice shit y bitch todo el tiempo, cruza límites y repite con su amiga el maltrato del que es víctima. La narradora, igual, la idolatra y admira porque se anima a contestarle —y hasta a contradecir— a los adultos. También la envidia, porque es un poco más grande, linda, morena, tiene ojos verdes y pelos en el pepe, como le dicen ellas a la concha. Tanto es así, que tiene miedo de ser la causante del mal de ojo que le diagnostica Doña Carmen, una clienta del almacén que les convida papas fritas con huevo para la merienda.

El clima es el tercer protagonista y está tan presente en la historia como en los cuerpos de las dos amigas. Ellas se masturban y refriegan sin parar con todo lo que encuentran, cantan de memoria las canciones del culebrón de las cinco de la tarde para expresar esa misma calentura y no dudan en “meterse la manguera en el culo para cagar a presión, más mejor más rápido, para estar más flaca que un cangallo”. Panza de burro se le dice al fenómeno meteorológico que provocan las nubes bajas, empujadas por el viento contra la ladera de una montaña, y da la sensación de que refresca. “A esa hora del día, una cubierta de nubes enorme se posaba sobre los tejados de las casas del barrio”, describe la narradora. Sin embargo, es otra la emoción que flota permanentemente en el aire, como “el mar y el cielo que parecían la misma cosa, la misma masa gris y espesa de siempre”.


Abreu hace referencias pop y usa modismos de época. Además se da el lujo de experimentar poética y gramaticalmente en un texto que rebosa de slang canario y de castellanizaciones a primera vista difíciles, como “guenboi” (por gameboy) o “mesinye” (por messenger). Pero la autora es diestra en el manejo de la oralidad y el juego con las palabras, así que nadie se queda afuera. Por eso, es acertada la apuesta de Sabina Urraca, la editora, de no poner un glosario: “Que se lea como se escucha una canción, una canción en un idioma extraño que el cerebro, a fuerza de escucharla, vaya desentrañando”, dice en el prólogo. Y así sucede. El relato fluye con frescura, como la que trae la panza de burro.  

Panza de burro (Editorial Barrett, 2021),
de Andrea Abreu.
Se consigue en físico.


ILUSTRACIONES: JORGE FANTONI
FOTO: VICKY CUOMO