ENTREVISTA

PIRANHA: “SIEMPRE BUSCO MONSTRUOS NUEVOS PARA REPRESENTAR”

Más que un tatuador —aunque sea su actividad principal— Juan Manuel Sancho es artista. Expone en galerías, ilustró un libro en braille, compone canciones, dibuja sobre papel, lienzo, madera y, si hay permiso, pieles. Dice que su búsqueda es desarrollar mundos imaginarios para replicar en imágenes. Por eso, indaga en la literatura y lee, dibuja, piensa, busca hasta encontrar la belleza en el caos y seguir creando.

POR: DARÍO SOSA / FOTOS: VICKY CUOMO        

Se tatuó las iniciales de su nombre con el plumín que usaba en las clases de plástica. Tenía 12 años. Su madre se puso furiosa cuando lo descubrió, el reto fue terrible. Tanto, que le quedó marcado —como la J y la M que todavía conserva en el tobillo— y se aguantó las ganas de volver a hacerse algo hasta que cumplió 18. Era 2006 cuando Juan Manuel Sancho, conflictuado con su profesión de diseñador gráfico, fue a visitar a un amigo en su trabajo como aprendiz en Welldone Tattoos, un estudio que había abierto hacía poco y actualmente es el lugar ideal para quienes aman el tradicional americano. Ahí, clavado como una daga en el barrio de Palermo, en Buenos Aires, entre bares y tintas, encontró algo que redireccionó su vida.

Tenía 22 años y le gustaba dibujar, cuenta, así que pegó onda con el resto de la gente del lugar y de pronto, además de ir como cliente, se quedaba a hacer diseños. “En aquel momento no sabía o no decía que quería hacer tatuajes, si no que me parecía un ejercicio entretenido para pispiar un mundo, pero sin entregarme”, cuenta ahora Piranha, que década y media después se dedica seria y formalmente al arte del tatuaje en aquel estudio y también por su cuenta, en un espacio privado en el barrio porteño de Belgrano.

Pero convertirse en tatuador no fue tan sencillo como grabar con tinta china su cuerpo preadolescente. Pensar en que iba a dejar una marca sobre la piel de alguien para toda la vida lo detenía. “Eso es lo más difícil, lo más estresante”, dice ahora, que ya tiene 37 años y los brazos cubiertos de dibujos, figuras y colores. Pero finalmente el hombre ilustrado de esta historia logró quitarse el freno. “Una de las formas fue desdramatizar, sacarle cierta cosa solemne a la idea de lo permanente, convertir algo que vivía como abrumador en otra cosa. Esa es mi estrategia.”, dice mientras su gata Elvira pasea delante de su enorme biblioteca. Porque además de agujas y lápices, este recorrido tiene libros.

La precuela de esta historia es en el universo de las artes en general, y no solo data del tiempo en que Juan Manuel Sancho todavía no era Piranha, sino que incluso se remonta a un período anterior a su nacimiento. Viene de familia. Su abuelo fue un pintor que, en un arrebato de frustración, incendió toda su obra antes de que su nieto pudiera conocerla. Su abuela fue profesora de piano. Su madre, escritora y guionista. Y su padre, artista plástico y director de arte de una revista. “El dibujo siempre fue lo que más me impactó. Lo vi a mi viejo pintar con acrílicos, con distintas técnicas, desde que tengo uso de razón, pero lo que más me llamó la atención lo encontré en su carpeta de dibujos, y también en los libros de ilustradores que había en mi casa, como los de Caloi o Quino. La cosa del trazo fue lo que más se me impregnó. Desde chico, el dibujo se me quedó en el cuerpo”, dice y recibe sonriente a Elvira sobre sus piernas cruzadas. En su casa, lo rodean cuadros y bibliotecas.

Piranha no solo tatúa, también expone sus ilustraciones y pinturas, en espacios como la galería de arte Hollywood in Cambodia, que realiza mayormente con tinta china, acuarelas y acrílicos líquidos. En sus obras —las que son sobre papel, lienzo o madera, pero también las que realiza en pieles—, los protagonistas son los animales, casi siempre furiosos y atléticos; calaveras sonrientes, vivas; mujeres hermosas, a veces mutantes; y flores, sobre todo las rosas clásicas del tattoo americano. Todo eso combinado en colores intensos, pero también con mucha presencia del negro. “Mi trabajo es el resultado de una búsqueda constante, inconsciente y bastante maravillosa, porque voy encontrando belleza en el caos. Para mí, en eso se basa la experiencia humana”, reflexiona.

—¿Encontrás alguna relación entre la ilustración y lo narrativo?
—En la adolescencia me involucré mucho con la escena hardcore punk. En ese ambiente, si no tenés una banda, ayudás organizando algo o hacés una publicación independiente. Yo fui por esto último. A los 16, empecé con los fanzines; el primero se llamó Huellas, le siguieron algunos sin nombre y después vino Piranha. Ahí entró una cosa que no tenía tan presente, que era la escritura. Cuando era chico escribía cuentos, todos terroríficos, gore. Y con los fanzines eso volvió; junto al dibujo, llegó la poesía, que leía por influencia de mi vieja

—¿Qué más leías en esa época?
—Me acuerdo de bandas de los 90 que estaban muy influenciadas por ciertos poetas malditos o escritores controversiales. Era común escuchar una canción y buscar los textos o los libros a los cuales hacía referencia. La poesía entró primero por las letras de canciones. Escuchaba y después investigaba la biblioteca de mi casa, que era gigante. Baudelaire me impactó un montón. También François Villon, que es un poeta francés del siglo ​​xv. Me gustaba mucho Antonin Artaud, porque era revolucionario, magnífico y loquísimo. Y Ray Bradbury. Y Hermann Hesse. Cosas que para mí fueron claves. Como Salinger, por ejemplo. Leer El guardián entre el centeno me parece que te marca cuando estás creciendo. Son lecturas importantes, igual que Alejandra Pizarnik.

Toda esa época fanzinera es parte de la gesta de Piranha, a quien mucha gente conoce más que nada como tatuador, pero que además de también hacer y exponer su obra, finalmente tuvo sus bandas, en paralelo a sus fanzines y durante mucho más tiempo después. Fue cantante y escribió las letras en varios proyectos hardcore. El último se llamó Nada y, antes de disolverse en 2020, grabaron Pop Suchard, un EP que se puede escuchar online.

La letra del tema Máscaras dice: “Arrancá la piel de tu cara / invitá a tu sangre a jugar fuera de las arterias” y termina casi implorando “dejá todo atrás”. Piranha sonríe y se acomoda en la silla cuando escucha su poesía recitada y se excusa, ya riendo: “Es una letra súper adolescente que escribí a mis treinta y pico. La idea de Nada era que las canciones tuvieran un sentido estético. Pensamos en la contundencia que pueden tener las frases. No me gusta mucho explicar las canciones, son como imágenes”.

—¿Esas imágenes se parecen a tu obra como artista visual?
—Creo que el tema eterno de lo que hago, lo que escribo y lo que pinto es lo disruptivo, lo contracultural, el salirse de uno mismo, el explorar ciertos lugares oscuros. Me gustan las imágenes que llaman la atención, lo que es fuerte, lo que impacta. También me interesan el cine y la literatura que van por ese lado. Por eso, me gusta mucho el terror y lo fantástico. La idea de romper los moldes es súper importante para mí. Casi vital. Incluso me interesa ser disruptivo en moldes que banco.

—¿Como, por ejemplo, el tradicional en el tatuaje?
—Sí. Cuando me preguntan cuál es mi estilo, la verdad es que no sé. Uso el tatuaje tradicional, las líneas sólidas, la imagen de contraste, pero no me gustan las cosas que se pueden reconocer fácilmente y encasillar. Me gustaría ir por el camino establecido de ciertas tendencias artísticas, pero la verdad es que no me sale. Y me identifico con otras personas que hacen algo similar. Mis tatuadores y cineastas favoritos no son los que siguen a rajatabla un estilo.

Fiel a sus gustos, no puede negar que él también se mueve por fuera de lo establecido. Incluso, aceptando propuestas que en principio no sabía ni cómo iba a realizar. Así fue que hizo Pun y la música de la Tierra, por ejemplo, que es un libro de divulgación científica para público infantil, con características inclusivas para personas con discapacidad visual. Lo publicó en 2019 Ayni Lab, un espacio de trabajo multidisciplinar concebido para investigar y experimentar con el arte y la tecnología, y el resultado se distribuyó en bibliotecas y escuelas de todo el país. El texto, de Nicolás Schuff, cuenta la historia de un monito nativo de los montes patagónicos y su relación con el entorno. Las imágenes, que podrían haber sido imposibles, son de Piranha.

—¿Cómo es ilustrar para personas con discapacidad visual?
—Estuvo buenísimo. Juan Rey, que es un artista que, entre otras cosas, fabrica robots que pintan, me invitó a ser parte de este libro para niñes con discapacidades visuales y no videntes. Fue como: “che, pero me estás invitando a ilustrar para niñes que no pueden ver, es rarísimo”. Y obvio que dije diez veces sí. Me interesó porque no era comercial y también por la importancia de generar consciencia con cuestiones ambientales. El libro fue impreso en tinta y en braille. Los dibujos los hice en trazo y después se imprimieron sobre relieve, para que las ilustraciones se puedan explorar.

—¿Ser un gran lector le aporta a tu experiencia como artista visual y tatuador?
—Me interesa mucho el ejercicio de desarrollar un mundo imaginario que obligadamente tengo que replicar en un producto gráfico. Desde que estoy más involucrado con la literatura, ese mundo se enriqueció mucho. En mi caso, lo narrativo alimenta mucho lo visual. Así como a alguien que escribe ver un cuadro o escuchar una canción le puede resultar inspirador. Me parece súper interesante la retroalimentación entre mundos. Y en cuanto uno  se anima más a explorarlos, como consumidor o realizador, todo se enriquece.

—¿Tu trabajo visual dialoga con algún género literario?
—Sí, con el terror, sobre todo. Busco lo macabro, lo siniestro, lo ominoso, la imagen que perturba. Encuentro influencias también en la ciencia ficción y en el fantástico. Me gusta cuando mi arte tiene un atisbo de eso. En la obra de Lovecraft, por ejemplo, hay monstruos indescriptibles. Y explorarlos en el dibujo es algo que me fascina desde chiquito. Siempre busco monstruos nuevos para representar.

—¿Cómo vas eligiendo qué leer?
—En un momento buscaba solo dentro del terror, la ciencia ficción o el fantástico. Pero con el tiempo empecé a leer a otros autores que me llevan a distintos lugares, que me generan, entonces, otras reflexiones y emociones. Con lo narrativo busco vivir una experiencia, meterme en otro mundo, olvidarme de mí. Actualmente, busco autores y obras que me produzcan eso. Arranco con un cuento y, si me gusta, sigo explorando. Me pasó con Roberto Bolaño, del que me encantaron sus relatos; a partir de ahí me animé a sus novelas y finalmente leí Los detectives salvajes, fue maravilloso. Lo mismo con Mariana Enriquez, que escribió algo sobre la pandemia, me pareció fantástico y me interesó ver qué hace en ficción. Voy tanteando. Me interesa hacer el ejercicio de buscar libros que son difíciles de conseguir, también. Los últimos fueron Azul casi transparente, de Ryu Murakami; la obra completa de Thomas Ligotti; y La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski, que es la próxima gran novela que voy a leer. Me gusta la búsqueda en sí misma, estar horas investigando qué leer. Siempre parto desde la curiosidad.

Aunque facilitaría la tarea de encontrar rarezas, no lee en formato digital. “Me gusta el objeto libro. Me brinda algo, un sentimiento como de seguridad, tener cerca un libro que me encanta. Hasta quiero tener los que no termino de leer. Me sirven de consulta o como fetiche. Saber que ante cualquier cosa tengo un libro a mano me serena”, dice.

En su descenso, el sol se filtra por entre la pequeña jungla del balcón de Piranha, alumbrando de naranja rojizo los diseños, pinchados en las paredes, que esperan un cuerpo. La biblioteca repleta parece incendiarse, pero por suerte no, es solo una ilusión, como la versión carmesí de Elvira, la gata de ojos monstruosos que busca la mano tatuada para una caricia y llama a su humano con un maullido. Él se acerca y, mientras la acaricia, también queda pintado por el sol. Como un cuento, un cuadro o un tatuaje.