ENTREVISTA

IGNACIO BOGINO: “CUANDO ME ANIMÉ A ESCRIBIR ME DI CUENTA DE QUE TAMBIÉN ERA MEJOR JUGADOR”

Casi retirado del deporte, entra a un nuevo mundo, el de la literatura. El defensor de Central Córdoba de Rosario publicó, en medio de la cuarentena, su primer libro, un cuento autobiográfico, y ya tiene una novela en marcha. Dice que es mejor jugar a la pelota que ser futbolista profesional y encuentra ritmo poético en las canchas del ascenso.

POR: MARÍA MIRANDA        

Cuando jugaba en las inferiores de Rosario Central, el entonces muy joven Ignacio Bogino estaba de novio y la relación terminó. La ruptura lo dejó triste. En la biblioteca de su casa se topó con La canción de nosotros, la novela de Eduardo Galeano, y lo leyó sin pausa, en silencio. Cuenta que lo invadió una sensación de protección que lo hizo sentir mejor. Así fue que encontró refugio entre las letras y la narrativa, pero lo mantuvo en secreto. Ahora, que ya tiene 35 años, además de ser futbolista profesional, lee sin esconderse, dibuja, pinta y también escribe.

Después de aquel primer encuentro con la literatura, Bogino comenzó a tejer una red de lectura que lo acompañaba en todo momento. No podía parar de leer distintas novelas y cuentos hasta que lo empezó a pellizcar por dentro una pulsión de escribir. Para mediados de 2015, una tragedia familiar lo sacudió por completo y necesitó meterse de lleno en otro mundo, uno que no fuera el de la cancha. Entonces, lanzó, con otros compañeros de cuando jugaba en la primera de Temperley, Final de juego, un programa de radio en el que hablaban de “literatura, fútbol y pensamiento”, dice.

Ahí conoció a Gabriela Cabezón Cámara, que fue de invitada, y para 2018 se había sumado a su taller de narrativa. Estaba escribiendo, entonces, y jugaba en Brown de Adrogué, cuando ese mismo año lo invitaron a participar de Pelota de papel 2 (Planeta), una antología que reúne relatos escritos por futbolistas y directores técnicos. A fines de abril estuvo en la presentación, en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, junto a colegas de las canchas como Emmanuel Gigliotti, Juan Pablo Sorín, Tito Bonano, la entrenadora Evelina Cabrera y la directora técnica Mónica Santino.

“Me fui metiendo de a poco, sin querer, en la escritura. Yo no sabía poner ni un acento. Era una exploración de lugares que para mí eran inaccesibles”, cuenta el defensor de Central Córdoba de Rosario, que ya está de retirada en el fútbol, pero desembarcando en el mundo literario. En 2020 Bogino publicó Jugador de fútbol, con una tirada de 200 ejemplares por la editorial independiente cordobesa Cuentos María Susana, que publica un relato por libro, y codirige el escritor Federico Falco. Es un cuento autobiográfico que habla de mucho más que canchas y pelotas. Ahora está terminando su primera novela, que tiene como marco el deporte, pero tampoco es el tema central. “Es un híbrido”, califica el autor.


Bogino no es un futbolista que escribe, es un deportista que de a poco se fue convirtiendo en artista. Y sigue leyendo, mucho, pero no “literatura deportiva”, advierte. “Leo novelas, cuentos, ensayos, voy por ese lado. Y desde que empecé a escribir, mucha poesía. Para mí, si la narrativa no tiene poesía, no es interesante. Después de ir explorando autores creo que el género es una excusa. Me interesa el punto de vista de la persona, entonces, empiezo a leer lo que va saliendo”, explica.

—¿Esa narrativa poética que te gusta en los textos la encontrás en la cancha?
—En el fútbol profesional es complicado romper con el estereotipo de jugador porque está muy contaminado. Hay tanto miedo a perder que uno se empieza a cerrar, a mostrarse más rígido. Es como si la sensibilidad y la emoción fueran incompatibles con la profesión. A medida que vas subiendo de categoría, se empieza a formar eso y funciona a niveles perversos. Entonces, es difícil que aflore algo ahí, porque van pisando todo lo que crece. Yo lo veo de esta forma: la primera división es un campo de soja de Monsanto, donde hay proactividad a full, toda la línea igual. Ahora, que juego en la C, es diferente. Para mí la narrativa poética está toda ahí. Es algo muy importante. También cuando jugué en Brown de Adrogué, con Pablo Vico, que está hace doce años en el club, dirigiendo a ese equipo, y lo que genera… solo lo ves ahí, en el ámbito del ascenso. Es un director técnico literario. El ascenso es un patio de barrio en donde van creciendo las plantas por las grietas. Se juega por otra cosa. Está la ilusión de progresar, de que la vida cambie, pero se juegan cosas más importantes y se ven situaciones de compañerismo y de grupo que en Primera no, porque hay otras miserias y competencias.

—¿Por qué creés que se tiende a separar el mundo del fútbol y el de la literatura, como si no se pudieran juntar?
—Un poco caí en esa trampa, de amoldarme a esos preconceptos de que todo lo que está por fuera de la formación del jugador y del fútbol es un desperdicio y una pérdida de tiempo. Yo siempre tuve interés en otras cosas y cuando empecé a jugar de forma profesional dejé todo de lado. Pero siempre había algo más adentro y no me daba cuenta de la necesidad que tenía de que saliera. Cuando me animé a escribir me di cuenta de que también era mejor jugador. Y desde ese momento fue algo inseparable. Había empezado un poco antes con el dibujo, pero me interesaba aprender a escribir porque sentía que había un universo fuera del fútbol que es la vida, propiamente dicha. De a poco eso fue agarrando una forma propia, un color que se mezcló con mis experiencias, con mi forma de jugar a la pelota, que es la manera en la que escribo y siento las cosas. Ahora todo está bien mezclado y bien ordenado.

—¿Fue como salir de una zona de confort?
—Sí. Cuando me comencé a preguntar, a ponerme en estado de creación, empezaron a aparecer cuestionamientos que iban desde cómo era yo como profesional, cómo veía el deporte, a dónde quería ganar, y empezó a perder peso el circo que hay montado sobre lo profesional y al que me había subido. Entonces, escribir me cambió la forma de vivir.

—¿El arte ayuda a contactar con la parte humana del jugador?
—Sí, exacto. Es extraño, porque los pibes, los más chicos, todos quieren llegar a Primera. Esa es la ilusión y está bien, pero es toda una máscara, porque a cualquier jugador, hasta a los de elite, le pasa lo mismo que me pasa a mí, y a cualquiera. Estamos todos en una, y al no tener herramientas para canalizar eso, la pasás un poco peor. Terminás explotando de la peor manera, porque el verso es que uno se salva cuando tiene plata. Pero cuando llegás, decís “¿Qué onda? ¿Qué es esto? Me engañaron”.

—¿El programa de radio con tus compañeros de Temperley fue un intento de primer acercamiento al mundo literario?
—Fue esa pulsión de encontrarme con gente que escribía, de ver cómo funcionaban las cosas. Se ve que andaba con ganas y sentí curiosidad. De chico no leía nada, yo jugaba al fútbol (se ríe). Leía cosas de la escuela. Después de aquel primer libro de Galeano que agarré por intuición, fui a buscar otro del mismo autor. Y seguí con uno de García Márquez. Y empecé a generar una línea de lectura. Una cosa llevó a la otra. Ahora tengo una relación cotidiana con la lectura. Lo hago todos los días, en varios momentos.

—¿También escribís todos los días? ¿Cómo vas con tu novela?
—Estoy en la parte final de corrección. A mí no me interesa la publicación. Ojalá que se dé, pero a mí me hace feliz el proceso de escribir. Claro que me interesa que se pueda publicar, pero es mucho mejor escribir que ser escritor. Así como es mucho mejor jugar al fútbol que ser futbolista. Lo que rescato es jugar, lo demás es pose para el afuera.

ILUSTRACIÓN: MAIA DEBOWICZ

FOTOS: GENTILEZA IGNACIO BOGINO